Hacía ya un par de años que Ryan Bones no pisaba la ciudad. Markus Kage estaba deseando reencontrarse con su colega de aventuras. Los dos habían cambiado mucho en ese tiempo. Más fuertes, más tatuados, más rudos, con más pinta de empotradores que nunca. Markus ya ni se acordaba de por dónde solían pasar las tardes en que faltaban a las clases de instituto, pero al pasar por un sex shop Ryan se lo recordó.
La misma sonrisa pícara, los mismos nervios antes de entrar. Ahora se le venían a la mente esas tardes en que se podían pasar perfectamente casi una hora en la parte de las pelis porno, cogiendo las carátulas, dándoles la vuelta, descubriendo mundos maravillosos que hacían que las pollas se les pusieran bien tiesas y haciendo que terminaran agachándose por turnos para rebajarse las pijas.
Se ve que la cosa había cambiado mucho en ese mismo local. Ahora todo eran rabos, portadas de pelis porno gay y montones de dildos para elegir de tamaño, color y textura. Hasta el nuevo dependiente Igor Romani se la estaba cascando allí mismo delante de la clientela, viendo una porno en el móvil con los cascos puestos. Desde luego el chaval tenía un polvazo. Ryan le dio una palmada a Markus en el culete, lo que venía a siginificar algo así como: “déjame follarme a este a mí solo“.
Con lo caliente que estaba ya ese chulazo, lo iba a tener fácil. Ryan se desabrochó los botones de los vaqueros, dejó salir su hermosa picha gruesa y potente y el chaval cayó de rodillas chupándole el rabo. Qué tierno que era, cómo cerraba los ojitos mientras su daddy le daba de comer biberón. Le dio la vuelta y colocó su precioso culito al borde de la mesa. Había cestas de condones por todas partes y podía haber cogido uno de un montón que le pillaba a mano, pero le apretó el agujero con la polla sin condón.
Igos había bufado de lo lindo al verle la pedazo verga, ahora era Ryan el que bufaba al ver esos melonazos que el chaval tenía por culo, palmeándolos para tener claro que eran reales, que su polla se estaba metiendo dentro. Hace dos años Ryan era más tímido, pero ahora que en ese local sólo entraban hombres, decidió cumplir una fantasía, follándose a otro tio entre todas esas pelis tan cerdas mientras cualquier cliente que pasara podía verlos gemir y retozar.
Igor tenía una cara guapísima, pero había algo de su cuerpo que a Ryan le gustó más que ninguna otra cosa, sus fuertes y prominentes abdominales, tan blanquitos y marcados. Los eligió para meterle la corrida, mientras se le nublaba la vista viendo a montones de actores en póster de pelis por las paredes. Ryan, que todavía tenía los vaqueros por las rodillas, alargó un brazo para coger del bolsillo una tarjeta de visita y se la soltó al chaval encima, para que les dijese a todos sus contactos que el tito Ryan había vuelto a la ciudad.