Cuando Ben dejó a esos dos a su libre albedrío mientras no paraba de tirar instantáneas con la cámara, era difícil decidir quién se follaría a quién minutos más tarde. De momento el jovencito guaperas Connor Peters llevaba la delantera y no era para menos, estaba demasiado bueno. Con una mano agarraba el culazo de Billy Bones por encima de los vaqueros y con la otra se agarraba a su cuello como un koala. Tenía una pierna metida entre las suyas.
Las apariencias eran tan sólo eso, apariencias. En un giro de los acontecimientos, al notar que algo gordo y grande empezaba a abultar en la parte delantera de los vaqueros del tio Billy, Connor se puso a cuatro patas para buscar su regalito. Le bajó los gayumbos y se encontró con que salía a saludarle una polla gorda, dura y recta con un cipote despampanante y unos cojones que daba gusto verles bailar, grandotes y colgando.
Connor, como buen chico, colocó la lengüita en el cabezón, Billy le agarró por detrás de la mollera y le hizo zamparle el trabuco hasta ponerle las pelotas por babero. Ben debería haber reparado en la forma en la que iban conjuntados, lo cual daba alguna que otra pista sobre quién se iba a terminar follando a quién. El chavalín con su camiseta de la Game Boy, guapo y manejable, Billy con otra en la que ponía Raw, a pelo, duro y desafiante.
Aparte de las zapas y los calcetos, esa era la única prenda que cubría sus cuerpos desde los tobillos. Billy levantó la camiseta de Connor para admirar ese cuerpecito delgado de yogurín. Sin querer rozó con su gordo cipote el muslo del chaval que también estaba empalmadísimo, dejando a la vista una polla el doble de gorda y grande que al de Billy, ligeramente combada hacia arriba y con el pellejo rcubriendo un glande que se aventuraba realmente gigantesco.
Se comieron las pollas mutuamente, pero el que acabó poniendo a cuatro patas al otro fue Billy, que sintió un gusto tremendo al hundir su polla erecta y sin condón en el interior del culazo de ese chaval tan guapo y bien dotado. Si le daba lo suficientemente duro, quizá esa pollaza que tenía podía terminar campaneando entre sus piernas como un badajo y golpearle los huevos mientras se lo follaba.
El tio Billy se encargó de cubrirle bien el trasero, se amordazarle con la mano, de susurrarle guarradas al oído, de usar su camiseta de la Game Boy como juguete para maniatarle mientras le dedeaba para prepararle el ojete o para rodeárselo en el cuello y tirar convirtiéndolo en su perrete come rabos. Billy culminó un señor pajote sobrfe la cara del chaval, de rodillas sobre la almohada, apuntando hacia esa bonita cara sobre la que iba a dejar su marca de macho.