De dónde había salido ese chulazo venezolano que tenía delante, qué le habían dado de comer para que tuviera ese cuerpazo bronceado digno de una escultura griega. Un torso grande y corpulento, piernas y brazos largos… aunque Guido Plaza no hubiera podido verle el paquete, cosa que por suerte estaba haciendo, sabía que Marco Antonio estaba tan bien dotado como a él le gustaba. Y encima tenía nombre de militar romano. Pues a la lucha.
Guido estaba como un niño en día de navidad desenvolviendo regalos, emocionado. Se sentía tan pequeño al lado de ese adonis que le sacaba casi una cabeza completa, pero a la vez tan agradecido por haber encontrado a esa joya en una app de citas, que no dejaba de besar su cuerpo a la altura de su cabeza. Y lo que quedaba a la altura de su cara eran los pectorales.
A medida que le comía las tetillas, Marco fue trempando cada vez más y cada vez más dejando menos espacio a la imaginación, porque algo grande luchaba por salir por algún lugar entre la parte lateral izquierda y superior de sus calzones tipo slip. Guiso se agachó, tiró hacia abajo de la goma y joder, no recordaba ya la última vez que le había costado tanto sacar una verga de unos gayumbos.
Normalmente al tirar todas salían al momento, pero esa no. Era tan larga, estaba tan ajustada a su cadera que al tirar vio todo el tronco cargando hacia el lado izquierdo. Tuvo que bajarle la goma por el lateral del muslo para hacer que saliera. Y cuando salió supo que iba a pasar una de las mejores veladas de su vida. Morenota, larguísima, super gorda, encapuchada y con una piel brillante de tacto suave. Era de esas pollas que por obra y gracia de la naturaleza, se lubricaban de forma natural.
Era demasiado grande como para abarcarla con la manita, pero ahí la plantó en la base del pene y comenzó a masturbarle el rabo entre sus labios. Unas cuantas chupadas le sirvieron a Guido para reconocer el terreno. Vaya pollón mastodóntico tenía ese cabrón, gordísimo desde la base hasta los dos tercios inferiores y después algo más fino en la parte superior. Era de los que engañaban, de los que te la metían y parecía que iba a entrar de lujo y después te emborrachaban el culo con la tranca.
Marco se bajó un poco más los calzones. Quería que Guido admirase sus pelotas. Guido se las sostuvo en la mano. La bolsa de los cojones tenía la misma apariencia que la de la polla, con una textura más rugosa y las bolas pesaban bastante, señal de que ya iban bien cargaditas. Notó la mano caliente de Marco en su cuello y se la volvió a mamar.
Esta vez no iba a reconocer el terreno sino que se iba a meter de lleno en él. Se la metió dentro de la boca hasta que no pudo más. Menuda pitón tenía ese macho y lo tremendo era que no paraba de crecerle a medida que se la chupaba. Cada vez le costaba más. La sacó toda babeada y la miró de frente. El pollón se mecía lentamente frente a sus ojos y ahora que había crecido más y se le había puesto más dura podía ver cómo la parte más fina apuntaba hacia la izquierda. Esas pollas irregulares de diferentes grosores a lo largo y desviadas le volvían loco.
Mientras se la rebozaba por toda la jeta sintiendo su calor, miró hacia arriba. Joder con Marco, parecía recién sacado de una revista de putas, el típico tio chulazo que sale en la portada como reclamo para que cualquier tia o cualquier tio pique a la primera y se deje la pasta primero y la leche después pajeándose sin dejar de mirar su cuerpo, su cara y su soberana polla.
Guido no tendría que pajearse como sí tendrían que hacer otros. Su Marco Antonio era real y ahora le estaba jodiendo la cara a palos con la minga, meciendo las caderas y haciendo rebotar la verga contra su cara. Guido sonrió con cada paliza. Sabía que a los tios grandes podía pedirles lo que quisiera y por pedir, le pidió a Marco hacer un sesenta y nueve de pie, que le cogiera en volandas abrazando su espalda y se mamaran las pollas a la vez.
Guido ya estaba con el cuerpo haciendo el pino, bien amarrado por esos brazos fuertes, atragantándose de rabo, con la cara roja. Marco también mamaba pija y observaba de fondo la raja del culazo de ese guaperas, una raja que dentro de poco iba a destrozar. Las fuerzas comenzaron a flaquear. No es que Marco no pudiera con el peso de Guido, pero el cabroncete no paraba de menearse chupando su polla de lo mucho que le gustaba.
Terminaron en la cama en la misma postura, Guido chupando como un condenado, engatusado por ese enorme misil y Marco degustando la exquisitez de la raja caliente de ese tio guapo en sus morros. El rabo ya estaba lo suficientemente mojado como para entrar en acción. A su lubricante natural, Guido ya había contribuído con sus babas. Guido gateó sobre la cama poniéndose a cuatro patas, dando la espalda a Marco y estirando hacia afuera con la mano uno de sus cachetes para dejar un poco más abierta la raja del culo y el agujero.
Era uno de los momentos preferidos de Marco, uno de los que le volvían loquito y le hacían perder la razón, perforar con su chorra un culito nuevo. La tenía tan larga, tan grande y tan jodidamente gorda que todos acababan besando las sábanas y gimiendo como putitas. Tras un primer contacto, Guido se animó a cabalgar sobre la polla del tamaño de la de un caballo de ese tiarrón.
Lo bueno era que tenía la piel tan suave que apenas le costaba entrar. Lo mejor es que, debido a eso, al final se te llenaba el culo con unos nada desdeñables veintidós centímetros de polla casi sin enterarte. Guido fue haciendo una sentadilla, agarrando la mancuerna con una mano metida entre sus piernas para ponerla recta y se sentó encima clavándosela entera.
El arma de Guido también iba bien cargada. Que no la tuviera tan exageradamente gorda le hacía empequeñecer ante la de Marco, pero apenas se llevaban un centímetro de diferencia. Mientras saltaba sobre él, Marco agradeció las vistas. Un tio guapo y atractivo montándole, con su larga pija rebotando encima de sus abdominales de guerrero.
Momento pajilla entre colegas. Se tumbaron en la cama uno al lado del otro. Guido se encargó de pelas ambas pollas con las dos manos ocupadas. Marco relamía su cuerpo y metía la mano entre las piernas de Guido dedeándole el ojete. Así se quedaron un ratito, pasándolo bien, sintiendo el gusto de sus cuerpos, haciéndose le boca a boca mientras se hacían unas buenas guarradas ahí abajo.
Cuando Marco se apartó del beso, la cara de Guido reflejaba todo lo que una cara puede reflejar el deseo. Los ojos entrecerrados fijos en algún punto, la nariz roja después de un morreo, la boca entreabierta y los morritos mojados por la saliva de otro hombre. Marco le levantó una pierna, le puso de lado y le metió la verga a pelo. Se puso de rodillas para follárselo, mirando cada músculo, los perfectos muslazos y su bonita cara.
Y su polla ahí en medio, dándole por culo, entrando y saliendo de su cuerpo. Guido se fue levantando poco a poco intentando que esa polla no saliera de su interior, primero casi sentado sobre sus talones y después acabando de nuevo a cuatro patas, sintiendo la majestuosidad de esa verga acoplándose en su acogedor culazo.
Un hombre tiene sus fantasías, su forma de acabar las cosas. La de Guido era tumbarse sobre la cama y pajearse la polla mientras ladeaba la jeta y le daban de comer un buen pollón. La boquita llena, el olor y el sabor de una polla cerca de él. Bufó como un puto mientras la leche le salía a chorretes cayendo sobre los pelos de su polla, manchando su puño, su muñeca y su antebrazo. Gemidos de un gusto tremendo y un tremendo alivio.
Había contagiado a Marco, que ya se estaba corriendo. Alzó la mirada y pudo ver cómo se la pelaba y disfrutaba sacándose la leche. Unos buenos chorrazos sin control desperdigándose sobre su cuerpo, algunos sobre el vientre, otros sobre el brazo. Apretó fuerte con el puño desde la base hasta la punta y se sacó hasta la última gota, sacudiédosela encima.
Guido se la agarró y le chupó las sobras, mojándose de blanco los morretes. Sonrió del puto vicio. Le encantaba agarrar las pollas recién corridas que todavía permanecerían duras un par de minutos o más, pajearlas, quedarse bizco mirándolas de cerca, pasear la vista por todo su inmenso tamaño y relamer la lefa que había quedado pegada a ellas. Marco se acercó a degustar su propia ordeñada de la boca de Guido. No sólo era un galán de portada, es que además besaba como uno.