Quedaron a primera hora de la mañana con los primeros rayos de sol para ponerse bien fuertacos. Les encantaba pasear en bañador por la orilla del lago y practicar la comba. Después de varios meses, Robbie y Josh habían pasado a ser algo más que compañeros de piso. Tenían tanto en común y encajaban tan bien que ese día incluso decidieron hacerlo oficial cogiéndose de la manita por la calle.
A Robbie le encantaba ese cuerpazo morenito y grandote al que podía subirse a caballito y a Josh le flipaba la sonrisa preciosa y a la vez pícara de su chico y lo activo que era en todo momento. No paraba quieto. Después de trabajar duro, acudían al apartamento cachondísimos por el olor a sudor que desprendían. Les gustaba ponerse uno frente a otro, bajarse los bañadores y ver qué reacción había provocado en sus rabos tanto esfuerzo.
Josh fue el primero en sacarse la chorra. Tiró de las bermudas hacia abajo. Tenía el pollón cargando hacia la izquierda y completamente duro, lo que hizo que saliera empitonado y rebotando hacia el frente, hasta quedarse firme. Tenía una buena picha, gorda, venosa y descapullada. Pero Robbie le ganaba en tamaño y también le mataba de gusto cada vez que lo hacía.
Le lanzaba una sonrisa, mirándole con esos ojos azul marino que le dejaban completamente desarmado, entonces metía la mano por debajo del bañador, se la sacaba, la dejaba caer y la meneaba de un lado a otro para que admirase su gigantesco tamaño y salivase como un perro. Era larguísima, muy gruesa y le caía hacia abajo como la minga de un puto caballo.
Le encantaba acercarse, cogerla con la mano y acariciarla en toda su extensión. Le había costado lo suyo, pero al final con mucha práctica consiguió lo que al principio le pareció imposible: tragarse ese enorme pollón hasta las pelotas. La forma que tenía combadita hacia abajo lo hacía ideal para meterse por su garganta, pero no dejaba de impresionar el hecho de que pudiera meterse una minga de semejantes dimensiones hasta el fondo.
Una vez aprendió a hacerlo sin llorar en el intento, le encantaba dejar que le follara la boquita, sentir en las napias los pelazos negros de su rabo y los huevos calientes y colgantes rebotando sobre su barbilla. Chupársela se convirtió en un vicio sano, tanto como abrirse de piernas en el sofá para dejar que penetrara su culo sin condón.
Cada vez que lo hacía le llevaba al cielo y le dejaba con los ojos en blanco del puto gusto. Parecía mentira que pudiera tragar esa pedazo de polla más fácilmente por la boca que por el ojete, pero eso ponía las cosas más interesantes. A Josh le gustaba mirar a Robbie mientras le follaba, su cuerpo, esa cara de cerdo concentrado en frotar la minga por las paredes de su apretadito ano, sus labios rojos que destacaban en su tez blanquecina.
Había una postura que a los dos les encantaba que era cabalgar juntos. En esa Robbie siempre le ganaba, porque al final él se ponía tan cerdo mirando los ojazos de Robbie, los gestos de furia de su cara follándole el culo, que terminaba corriéndose enseguida soltando una fuente de esperma. Lo mejor es que Robbie no le daba ni un segundo de respiro. Josh se levantaba para recomponerse, pero enseguida Robbie le hacía inclinar la espalda y el muy cabrón seguía dándole por culo, mientras Josh seguía soltando espuma por la polla con la polla aún tiesa.
Cuando le avisaba por detrás de que se iba a correr, Josh esperaba unos segundos, después retiraba el culo de su rabo y se agachaba para recibir. Disfrutaba mirando de cerca esos huevos colgando y esa polla bien meneada a punto de escupir metralla. Abría la boca, sacaba la lengua como un cerdete y se dejaba pringar la carita de semen con unos buenos chorrazos que le hacían cerrar los ojos por la potencia a la que iban y que se quedaban depositados en el nacimiento de su frente, reposando en los pelos de su barbita y por toda la jeta.
Lo mejor es que, cuando creía que ya le había trallado a lefazos, el cabrón se sacaba una segunda descarga de la recámara y le soltaba un par de disparos largos encima que le pillaban por sorpresa y le dejaban ciego. Se suponía que tomar una ducha debía dejarles relajados después de una sesión de follada tan intensa, pero al cuarto de hora, con las toallitas anudadas a la cintura, recordando lo bien que lo habían pasado, ya estaban deseando repetir.
Josh se inclinaba sobre la cama, incitando a que Robbie tomara su culo de nuevo. Sabía lo mucho que le gustaba ver su cuerpo musculadito, moreno y grandote en esa postura. Josh inclinó la cabeza hacia un lado para ver que la minga de Robbie ya estaba otra vez preparada. La tenía tan grande que aunque estuviera dura le caía hacia abajo por su propio peso. Lo había visto en la granja escuela cuando le llevaron a ver a los caballos en celo a punto de montar a las yeguas y ahora lo veía en su chico. Era cuestión de tamaño.
Le reventó a pollazos y terminó follándoselo bocarriba en la cama. Josh volvió a sacarse la paja de encima. Robbie le sacó la polla del culo y empezó a pajeársela a la altura de sus pelotas. Entonces volvió a hacerlo. Josh se preguntaba siempre de dónde hostias sacaba tanta leche, pero llegó un momento en que dejó de cuestionárselo para disfrutarlo. Primero eran unas gotas preliminares, pero después se convertían en unos disparos que le duchaban todo el cuerpo de lefa caliente.