Cuando Marco Antonio me cogió con rabia de la solapa de la camisa, me acercó a un palmo de su cara y me dijo que iba a subir con él a la habitación para limpiarle hasta la última gota de la copa que le había derramado encima, me quedé mirando sus penetrantes ojazos oscuros, sus gruesos labios, el piercing de su oreja, el pelazo cayendo sobre su frente, lo jodidamente atractivo y guapo que era y le respondí que sí, que se lo iba a limpiar todo, pensando que si en ese momento él deseara follarme en esa mesa delante de todos los comensales, perfectamente le dejaría hacerlo.
En qué momento me convertí en su perrete no lo sé. Yo que era un tio hecho y derecho, con sus convicciones y de repente llegaba un tio así y me convertía en otro yo. Le seguí por laas escaleras. Marco iba delante. Me derretí mirando su culazo apretado en los vaqueros y la ajustada camiseta sobre su ancha espalda.
Pasé a la habitación. Me empujó sentándome en una silla que había enfrente de la cama y empezó a desnudarse delante de mí. Mi polla estaba a la que salta, bien contenta mirando a ese chulazo de un metro noventa de cuerpo bronceado y musculoso. Se quedó en calzones. Llevaba unos slip de Andrew Christian que le marcaban un voluminoso paquete y que me dejaban entrever la forma de su rabaco y sus pelotas detrás. Estaban casi comletamente mojados por la bebida que le había tirado encima sin querer.
Se fijó en mi entrepierna que empezaba a destacar y me lanzó una sonrisa que me dejó a punto de la corrida, sintiendo que un pequeño roce de la tela sobre mi pene podría llevarme al paraíso. Marco Antonio puso las manos en sus caderas y las fue bajando, metiéndolas por debajo de la goma de los gayumbos, deslizándolos hacia abajo y dejándome ver lo que le colgaba entre las piernas.
Se sentó en la cama y se recostó de lado apoyado en un codo, subiendo la pierna izquierda encima del colchón y dejando reposar el otro brazo encima. Estaba empalmadísimo, con los cojones reposando sobre su muslo derecho y la polla tiesa, gigante y gordísima apuntando hacia arriba. Me miró, me hizo un gesto con la mano para que me acercase, volvió a sonreirme y entonces supe que le pertenecía.