Debería haberlo supuesto al mirar esas manos grandes con larguísimos dedos. Jay Carter le agarraba la cabeza como si fuera una pelota de baloncesto para morrearle. Cuanto más se besaban, más trempaba su polla por debajo de los calzones y al cabrón se le salió por encima de la goma. Al vérsela, David Pool fue directo a calentarse la mano con ella.
No sólo era larga como sus dedos, sino que era tan jodidamente gorda como una lata de bebida energética. Aun con sus excelentes diecinueve centímetros, chicos como David se sentían algo acomplejados frente a tios con semejantes pollones de casi veinticinco. Pero no era sólo la longitud, que se llevaban poco, más bien era la maravillosa grandeza del todo, verla ahí tan gorda rodeada con su mano sin poder abarcarla entera.
Se inclinó, se rellenó la boca de cipote y todavía estaba tan blandita que se aventuró a colársela más adentro, llegando a saborearle hasta la mitad de la gigantesca verga. No se dio cuenta de las verdaderas dimensiones de esa pitón hasta que Jay se puso en pie y la dejó colgando. David le sostuvo las pelotas con una mano y con el pulgar empujó el rabo hacia arriba conduciéndolo hacia el interior de su hambrienta boca.
Empezó a cabecear y a mamar poniéndose las botas. Aquello era como darse un puto festín, como si le hubieran puesto sobre la mesa más comida de la que realmente podría digerir, pero él chupaba hasta donde podía, amasaba las enormes pelotas, dejaba escapar el rabo de entre sus labios y dejaba que se rebozase sobre su jeta, consistente y calentito.
Los cojones de Jay, menudos cojones, cada uno era como una puta manzana de grande. David se los apretó bien dentro de la bolsa para marcarlos y se los masajeó con los labios, intentando comerle las bolas. Era la primera vez que se atragantaba con un par de pelotas. Al soltarlos, la polla cayó hacia abajo con la capucha puesta, posó la manita encima y entre la mano y la boca se la mamó para volver a ponérsela dura.
Aunque le costase unos segundos de asfixia, lo hizo. Estaba amorcillada, marcando venas, pero todavía blandita. Tiró hacia el fondo y se la tragó hasta el último centímetro, posando los labios en toda su base. Al sacarla toda mojada con su saliva y ver lo que se había metido dentro, se puso cachondo. Sabía que tenía buenas tragaderas, pero aquello había sido lo máximo.
Enderezar una polla gigante requería su trabajo de fondo y David se dio cuenta de que lo estaba haciendo bien cuando notó que ya apenas le cabía el cipote por la boca de lo grande y dura que se la había dejado. Se sintió como si se la estuviera jalando a un gigante. Le recordó a estos granjeros que plantaban hortalizas enormes para llevar a los concursos. Pues él estaba ante un nabo y unos huevos de dimensiones flipantes.
Se tiró chupando rabo un cuarto de hora y si por él hubiera sido se habría tirado toda la tarde. Rabos así de enormes merecían una boca a full de tiempo. Cuando Jay se tumbó en la cama, David se la enderezó hacia arriba y repasó con la vista ese pedazo de impresionante monumento. Le costaba asimilar que hubiera tios que la tuvieran así de grande, pero ahora que tenía una de esas cogidita por los machos, ahora era un enfervorecido creyente.
David se tumbó boca arriba y se abrió de piernas. Tocaba ver si su culo se comportaba igual que su boca, si podía digerir tanta comida. Se asustó cuando notó el cipote gordo y caliente de Jay acariciando la entrada de su agujero, pero cuando le emborrachó el ojete con esa soberana polla y empezó a cachearle las nalgas con los cojones, se le fueron todos los pensamientos y se dedicó a gemir y a disfrutar como un enano.
Nunca le habían expandido tanto el ojal con una polla. Podía sentirla llegar hasta el estómago. El tamaño del rabo le había tenido tan ocupado que hasta ahora no había podido fijarse como debía en el cuerpazo serrano de Jay, morenito, suave, delicioso. Se agarró a él y le miró a los ojos fijamente pidiéndole que siguiera metiéndosela igual de bien, hasta los huevos.
Muy picaronamente, David se fue girando, primero de lado para sentir el rebote de los cojones en una de sus nalgas, después quedándose a cuatro patas para dejar que le diera por culo. Las grandísimas manazas de Jay se apoderaron de sus muslos, le agarraban fuerte para pode rempotrarle como se merecía. Jay se inclinó todavía más, obligando a David a empinar el culete y recibir una penetrada desde arriba con Jay haciendo flexiones sobre él.
Sentarse y cabalgar sobre esa minga suponía todo un reto. David no podía hacer como con otros tios. Esa polla requería mayor manipulación de la normal y elevar más el trasero. Al sentarse encima y clavársela entera, David se sintió como si se estuviera sentando sobre uno de esos dildos en forma de brazo que vendían en el sex shop de al lado, tan enorme que jamás hubiera pensado que le cabría por el agujero del culo.
Pero ahí estaba, sentado en uno que además era de carne y calentito, de verdad, sin artificios, saltando sobre él como si apenas le costase, puesto que su ojete ya se había acostumbrado al tamaño de una buena verga. Volvió a dar la espalda a Jay para que le diera por detrás y se las ingenió para ponerse de lado. Eso de sentir la huevera estampándose contra su nalga le había molado.
De nuevo bocarriba, mientras estaba siendo follado a pelo, David se cascó una paja profiriendo un gemido largo e intenso, con la mirada perdida, ciego de gusto, exhalando por su polla unos ingentes y largos disparos de lefa. Se empapó todo el torso de leche, desde los pelos de la polla, pasando por el ombligo hasta los pelitos del pechote, todo lleno de calcio.
La corrida de la polla de Jay era para disfrutarla en primera fila. David se puso de rodillas, todavía con su propia leche resbalando por su cuerpo y Jay empezó a pajearse sobre su cara. Lástima de ese primer lechazo que salió disparado hacia un lado y se desperdició sobre el suelo, pero David se lo perdonó porque, igual que mear, para un tio apuntar era toda una aventura.
Para evitar que se desperdiciase más, abrió la boca y sacó la lengua situándola justo enfrente del cabezón que ahora estaba apoyado en su barbilla. Le dejó el resto de la leche pringosa en la barbita, en el bigote y sobre la lengua. David le rechupeteó con vicio la punta del rabo y se lo pajeó sacándole hasta la última gota saboreando el esperma, rebozando la polla por los alrededores de su boca para dejársela bien sucia y poder aspirar el aroma del semen.