En la comodidad de casa, en la habitación delante de la tele o el pc, daba gusto hacerse una paja, pero el morbo de ir a un Cine X a altas horas de la madrugada, ver culos, rabos, cuerpos formidables y corridas a pantalla grande, autosatisfacerse o encontrar una mano amiga de un extraño que te haga compañía en la butaca de al lado, esas miradas entre filas, prestando más atención al tio que tienes detrás o enfrente con la polla fuera de la bragueta, acercarse y sin pedir permiso empezar a mamársela y llevarte palomitas pegadas en la boca.
Leo Rosso llevaba haciéndolo desde que era jovencito, desde que lo ascendieron a temprana edad a supervisor, para descargarse de un día repleto de una rutina estresante. Entre las caras conocidas, siempre había alguien nuevo, era como internarse en un bosque de cruising pero con la comodidad de estar al calorcito, sentando tus posaderas en una confortable butaca de terciopelo.
La peli de esa noche iba de pajeros, de actores masturbándose las pollas. A pesar de tantas noches yendo al cine, Leo nunca se terminaba de acostumbrar. Casi siempre la sala estaba medio vacía, muchas veces sola, así que según empezaba la cinta se magreaba el paquete y se la sacaba, pero si entraba alguien, todavía con las luces encendidas, le daba reparo y disimulaba la pedazo polla escondíendola de nuevo en la bragueta.
Se puso cachondísimo al ver entrar a un chavalito bien mono. Como mucho no tendría más de veinte, si es que llegaba a ellos. Bastian Karim se sentó en la fila de atrás y sin ningún tipo de reparo se aflojó la corbata, de desabrochó la camisa, se sacó la verga y comenzó a masturbarse. Parecía que acababa de llegar de la academia donde fuera que estudiara. Leo se le quedó mirando. Ese cuerpecito, esa carita tan guapa, menudo caramelito, ahí gimiendo y gozando, ahogándose en su propia paja.
Leo no era de los que daba el primer paso, pero esa vez terminó levantándose, se arrodilló frente a la butaca del chaval y emepezó a chuparlo de arriba a abajo, comenzando por las tetillas de sus pectorales, siguiendo por ese cuerpecito alucinante marcado por unos buenos abdominales y le cenó todo el rabo. Cómo gemía el muy cabrón cuando papi le jalaba el rabo, retorciéndose en su asiento.
Le puso a comer rabo hasta dejarle los morros mojados y después le bajó los pantalones. Ese culazo pedía polla a gritos. Pasó de preguntarle la edad por si se arrepentía, pero estaba claro lo que andaba buscando ese zagal y él se lo iba a dar sin miramientos. A cuatro patas se la metió por detrás, sin condón. Probablemente hasta lo estuviera desvirgando. La idea le excitaba más, incapaz de contener la leche dentro de los huevos ni un segundo más.
Tenerlo abierto de piernas, acurrucado en la butaca, tan guapete, ese cuerpecito musculoso y suave, con el torso destacando entre medias de su camisa blanca abierta. Resultó ser un pedazo guarrete corriéndose encima, la leche transparente y viscosa mojándole el torso. Luego se sentó para recibir una buena dósis de lefa en toda la cara. Le iba a mandar a casita bien guapo. Para cuando acabaron, la primera paja de la peli había acabado y todavía quedaban otras cuatro. Era lo que más le jodía a Leo de las pelis del Cine X, tener que pagar la entrada entera si sólo iba a disfrutar un asalto.