Cómo derivó la conversación hacia algo tan cerdo que no pudieron controlarlo. Era algo que tenía que ocurrir antes o después y esa tarde que se habían quedado solos en la habitación fue la adecuada. El profesor de inglés Manuel Reyes era guapísimo, ocultando su belleza como Clark Kent detrás de sus gafitas. La corbatita, sus brazos peludetes que destacaban con la camisa arremangada, sus labios, su lengua, la forma en la que chupaba el lapicero. Romeo Davis estaba cachondísimo mirándolo. Así no podía estar centrado para aprender.
El profesor tampoco parecía centrado teniendo a un macho así al lado de la mesa, tan alto, tan varonil, con esos ojazos y esos labios, la gorrita hacia atrás que llevaba puesta y que le hacía pensar a Manuel en la cantidad de alumnos guaperas y holgazanes por los que se había dejado meter polla. Porque eran esos los que más le ponían, los que le trataban como a una buena puta y se lo cogían en cualquier lugar del instituto, los que se pasaban el día dibujando pollas en el cuaderno y hablando de follar y de guarradas.
Esa tarde les tocaba aprender comparativos. “Tan grande como“, “As big as“. Manuel miró al paquete de Romeo, que fue lo primero que le vino a la mente para intentar enseñarle. Apuntó con su lapicero hacia su bragueta, Romeo se agarró el paquetón y dibujó la marca de su larga y gordísima polla que se le salía hasta por los bolsillos. Manuel, que creía que los tiempos de dejarse follar por sus alumnos habían terminado, volvió a caer en manos de uno.
No podía explicar la sensación de lujuria que lo invadía por dentro, era como algo que le quemaba y necesitara sacar, algo ardiente, puro deseo. Se lanzó a los brazos de Romeo y se derritió al sentir sus gruesos labios en su boca, su lengua húmeda. Le sobó la polla por encima de los vaqueros, metió la mano por dentro para ayudarle a sacársela y lo que vio le dejó con la boca abierta.
Estos chicos de hoy día, cómo se podían poner unos pantalones tan ceñidos y cómo podían guardar cosas tan grandes dentro de ellos. La tenía gigantesca y gordísima y al sacársela cayó hacia abajo por su propio peso. Se agachó y la miró de cerca. Menuda verga, un pollón alucinante que guardaba grandes secretos. No se trataba del típico niñato pollón con una buena barra. Esta no era recta ni uniforme y ganaba en grosor de la mitad hacia el cipote. Manuel abrió la boca y se la dejó llenar de gusto.
Cabeceó mirando hacia abajo y hacia adelante. Sólo veía rabo, las esquinas de la camiseta azul de Romeo, las solapas de sus vaqueros por los muslos. Debía llevarlos de hacía varkios días, porque desprendían un aroma dulzón a polla que le ponía cachondo. Romeó bajó a besarle, a rechupetearle los labios para humederlos y que se la comiese mejor. Sintió la manita caliente posándose en su cuello y se la volvió a jalar. Para eso no hacían falta lecciones. El lenguaje de comerse una polla era universal.
Romeo tuvo que controlar como nunca. Su erección estaba al límite y viendo esa carita guapa de su profe comiéndole la verga, dejándose azotar la cara y la lengua con la polla como una puta, sus ojazos que le miraban con deseo desde abajo, su barbita, el gusto indescriptible que habría sentido bañando esa carita de lefa, empañando sus gafitas con su semen, habría sido una gozada. Una gozada que cumpliría.
Le soltó un gapazo desde arriba, bien espeso, que se le quedó colgando de la barbilla como si fuera lefa. Manuel se desnudó de cintura para abajo, dio la espalda a Romeo colocándose de rodillas sobre el puff cerca de la mesa de estudios y dejó que ese cerdaco le hiciera lo suyo. Montones de babas encharcándole la raja, una poderosa lengua penetrándole por dentro, miró hacia atrás y pilló a Romeo esnifando sus zapados, poniéndose a tono, polleando sus pies con los calcetines ejecutivos todavía puestos. Estaba claro que el profe no era el único con fantasías ocultas.
“Fuck me”, eso sí que lo entendía Romeo, igual que lo que le dijo el profe después: “Fuck me raw”. Eso también lo entendía pero no lo esperaba. Justo cuando Romeo ya estaba cogiendo un condón dle bolsillo de sus vaqueros, lo dejó caer dentro y encajó la enorme pollaza a pelo dentro del culazo del profesor. Entro super ajustadita como esperaba y lo mejor fue ver cómo se zampaba toda la polla ese tragón.
El profe miró hacia atrás, impresionado y gimiendo como una perra al sentir esa pedazo tranca dentro de él. Sintió la necesidad de tocar los pectorales de Romeo, que ya tenía media camisa desabotonada, de mirar su cara de empotrador jodiendo un buen culo. Manuel se nutría con esas caritas de los más malotes y cerdos, le daba la vida y hacía que mereciera la pena toda su carrera como docente.
Tuvo que meterse el lapicero en la boca y morderlo, la cara empezó a ruborizársele, tal era la paliza de pollazos que ese campeón le estaba metiendo. Después de un rato aliviándose y joderle el agujero a base de bien, Romeo le cogió de la corbata y lo atrajo hacia él. Le dio un morreo, le lamió la cara y luego volvió a empujarlo para dejarlo caer sobre la mesa y seguir dándole por culo. Esa mezcla entre que le dieran un poquito de amor y después hacer como si no hubiera pasado nada, ponía a Manuel malísimo al borde de la locura, más cachondo imposible. Era como sentir el amor de un manojo de rabos de una cabrones en un callejón, corriéndose a la vez sobre tu cara y verles irse calle abajo metiéndose las mingas por los calzones y riéndose mientras te dejan de rodillas con la cara pringando.
Su alumno se tumbó en el suelo. No importaba si estaba frío porque ya iban ellos calientes. Manuel se empaló su gordísima y larga polla y se inclinó para mirarle a los ojos, cara con cara, bien pegaditos. Así era todo mucho más cerdo, mucho más íntimo, era como tenerle dentro de su cabeza. Al profe se le fue la pinza, pero tuvo todavía un rato de cordura para retirar hacia arriba la camisa de Romeo antes de correrse encima de su largo y grande torso. Y a pesar de eso, se la mojó un poco.
La gozada pendiente estaba a punto de cumplirse. Ningún malote podía retirarse a su pupitre sin una pajilla. Manuel se puso de rodillas y miró hacia arriba, observando a un palmo la manaza de Romeo castigando su enorme pollón. Un gemido, su cara de gusto y un chorrazo salió volando, dibujando una línea blanca sobre su pelo, su frente y la lente de sus gafas. La polla no paraba de soltar lefa.
Le plantó otro lechazo al otro lado de la frente y sobre la otra lente dejándolo a ciegas. Mocos de esperma le goteaban por la nariz, sentía el extraño peso del semen sobre los pelos de su bigote y su barba. Menudo facial acababa de meterle ese cabrón. Le había dejado la cara guapa llena con toda su semilla. Le chupó toda la cigala comiéndose todo su semen, tragándoselo. “This is cum“, le dijo mientras se relamía su leche de los labios y el bigote. Y a Romeo nunca se le olvidó.