Menudo tio suertudo era Santiago Rodriguez. Mientras que el resto de compañeros de su clase se levantaba y desayunaba lo que podía, él siempre tenía el mejor plato servido en bandeja. Le bastaba levantarse, cruzar la puerta de la habitación de su compañero de piso y ahí le tenía esperando a Jay Carter, con un cacho pollón de chocolate de veinticuatro centímetros gordo y venoso.
Ni se le pasaba por la cabeza echar la primera meada matutina, ni remolonear en la cama frotando el rabo por las sábanas, mucho menos tocársela. Le gustaba esa tradición que habían creado entre los dos cada mañana. Levantarse empalmado y esperar a que su compi chulazo y guaperas entrara por la puerta, soltara ese bufido que le hacía comprender lo grande que la tenía y se arrodillase para comerle el pepinote. Qué gusto le daba ver a un tio tan guapo chupando rabo, uno tan grueso y gigantón como el suyo.
Le gustaba cogerle de las pelotas, tan grandes como el rabo. La polla apenas le cabía dentro de la boca, pero hacía un buen esfuerzo por tragar todo lo que podía y es que hambre no le faltaba. Al principio empezaba blandita y adoraba ver cómo se le salía por la boca y le rozaba las mejillas y la barbilla con el cipote. Luego se encargaba de reconducirla otra vez dentro con el pulgar.
Al principio podía tragársela hasta incluso más allá de la mitad, pero cuando la anaconda se ponía dura, la cosa se volvía más complicada y comenzaba a ver cómo esos labios apenas podían atrapar ni una cuarta parte del tronco. Seguía creciendo más y más de una forma desmedida. Jay se inclinó para morrearle y de paso chuparle los labios para darle un respiro de lubricante. Le dejaba los labios brillantes y mojados y volvía a recostarse o levantarse para que se la siguiera comiendo. A medida que lo hacía, a Santi, que tenía una nada desdeñable dote de más de veinte también entre las piernas y llevaba los calzones puestos, se le formaba ahí abajo una tienda de campaña cada vez más poderosa.
Cuando Santi le succionaba los grandes cojones, él se la pelaba y luego la dejaba caer sobre su preciosa carita. Qué bien le senataba a ese mamón un rabo enorme sobre la jeta, ahí toda calentita rebozándose por su nariz, su frente. La mano de Santi se hacía pequeña cuando apresaba la polla por la base. Al principio cabían dos manos como la suya, ahora tres y una boca come cipotes y la tenía tan jodidamente gorda que no llegaban a tocarse el dedo medio y el pulgar.
Estar a cuatro patas y tener a un macho de esos detrás de él insertándole la polla a pelo, hizo sentir a Santi como un tio tremendamente completo. Miró hacia adelante sintiendo que nadie le dejaba el hueco del culo tan relleno. Cerró los ojos y puso en marcha el resto de sus sentidos, porque cuando Jay empezó a culear ya no sólo era la barra de carne la que le daba placer, sino que el movimiento en vaivén de sus flipantes cojones cargados de leche, se mecían entre sus piernas y le daban unos buenos azotes entre las piernas.
Y como cada vez tragaba más y mejor y su ojete se expandía con el gusto que sentía, Jay cada vez le daba más duro por detrás, metiéndole toda esa polla enorme dle tamaño de un brazo por el culo. Sentía el calor de sus muslos arropándole las nalgas, algo grande abriéndose hueco por su interior, casi nada doloroso, más bien como una caricia insana.
Tras un buen rato dándole la espalda, se tumbó en la cama y se abrió de piernas. Miró a Jay de arriba a abajo, vio cómo le metía la gordísima y gigantesca tranca por el agujero del culo y flipó con el tamaño de su rabo. Volvió a mirarle de abajo a arriba. Pensó en que si le viera vestido por la calle pensaría que la tenía grande por su complexión, pero nunca hubiera imaginado que tanto.
Qué grande era el tiarrón y qué bueno estaba. Cuando Jay se inclinó hacia él, notó todo el calorcito que desprendía su cuerpazo y se agarró a sus cadenas, sintiendo con las manos el nacimiento de un culazo de campeonato, redondito, suave y grande como él. Jay se puso en plancha y comenzó a hacer flexiones sobre su cuerpo hincándole la polla, aplastándole los huevos y el rabo con la barriga cada vez que bajaba.
A Santi no le dio tiempo casi ni a pajeársela. Cuando sintió el cosquilleo de la corrida detrás de la nuca, fue agarrarse la pija, rozársela con la mano y dejarse la leche encima. Se arrodilló para comérsela de nuevo a Jay. Ya apenas le cabía ni el cipote dentro de la boca. Aquello se había vuelto enorme. Jay tenía buenos motivos para masturbarse encima de ese tio guapo, fibradito y que tenía la polla colgando recién corrida. Con un gusto indescriptible y aguantando la mirada para no perder detalle, le dejó un buen lechazo entre ceja y ceja dejándole ciego de un ojo.
Santi todavía no podía desplegar los párpados a riesgo de que la lefa sse le metiera dentro del ojo derecho, así que, sin saber que seguía manando semen por la verga, se metió el cipote dentro de la boca y un buen pegote de leche se la inundó, obligándole a abrirla y escupirla fuera. Jay no dejaba de mirar su carita, tan guapa como siempre pero ahora bañana en su esperma, con la lechecita impregnada en sus cejas, sus pestañas, colgándole por la boca y la barbilla.