El doctor Leo Rosso está acostumbrado a que los hombres se bajen los pantalones delante de él a todas horas. Dentro del trabajo porque así lo requiere ser médico urólogo y fuera de él porque es tan atractivo y está tan bueno que todos los tios quieren que un hombre así les coma toda la polla. Es muy profesional, pero cuando llegan tios tan dotados como Joe Gillis, con esas pollas tan ricas ahí colgando, encapuchaditas como butifarras, largas y gruesas, no puede evitar propasarse aunque sea un poquito.
A veces es un poco cabrón y mientras hace una exploración de huevos, mira a los ojos a su paciente. Cuando le toca los cojones peludetes a Joe, lo hace y se queda tocándoselos un poquito más de lo que debería por prescripción. Él mejor que nadie puede detectar si a un tio le molan los hombres. Más de uno ha empalmado delante de su cara y ha terminado recetándole una buena mamada en plena consulta acabando con la boca llena de leche.
Otros son más duros y hasta que no les explora el ojete no reaccionan, aunque esa prueba es más complicada de detectar, dado que a cualquier tio al que le hundas el dedo por el ojete, termina empinando el rabo, gays o heteros da igual. Al ver a Joe de espaldas poniéndole el culo a tiro se pone cachondo y esta vez se sobrepasa. Primero le mete un dedo y aprovecha para sobarle con la mano los huevazos que se le ven entre las piernas colgando.
Algo no va como Joe espera cuando nota la mano del doctor cogiéndole el miembro eréctil, pajeándoselo, metiéndoselo entre las piernas y sintiendo el roce del capullo de otro macho rebozándose contra el suyo. Pero lejos de cerrarse de piernas y levantarse los pantalones para huir de la consulta, el doctor se gana su título haciendo lo que mejor se le da, que sus pacientes se abran por completo a él. Tiene la técnica infalible en las manos, con las que no para de dar placer a ese culazo.
Pronto las manos se le quedan cortas y da buen uso a su gordísima polla de cipotón reluciente. Los médicos como él deberían recomendar a sus pacientes ponerse condón al follar con desconocidos, pero ya se sabe que en casa de herrero, cuchillo de palo. Se baja los pantalones y se la mete directa a pelo por el agujero, gozándolo, mirando al techo y gimiendo del puto gusto.
Al darse Joe la vuelta, Leo se queda impresionado con ese pedazo de rabo que tiene y decide amasarlo entre sus manos, devorarlo con su boca, rechupetearle el delicioso cipote, todo esto magreándole los huevos y metiéndole un dedito por el culo. Ya se ha olvidado para qué fue su paciente a consulta, pero por disfunción eréctil no era, eso seguro.
Le sigue dando cera sobre la mesa de exámen, coloca las manos a cada lado de su torso y alarga los pulgares rozando los pezones de sus tetas volviéndole loco. Cuando hace que Joe se corra encima, con un buen disparo certero hacia su barba, dejando los colgajos y tiras de lefa por todo su torso peludo y varonil, determina que ese tiarrón está más sano que una zanahoria ecológica, así que antes de salir le da una piruleta de leche.