Unos años antes, Dani Robles y Gustavo Cruz estaban estudiando diseño y ahora estaban trabajando en la misma empresa, solo que con distintos cargos. Dani se encargaba de maquetar varias portadas y a mediados de cada mes Gustavo, ahora su jefe directo, se pasaba por la oficina para elegir la más adecuada. Cuando llegaba ese momento, Dani sentía mariposas en el estómago y la picha se le volvía loca apretada en los calzones.
En la época en la que estudiaban, recordaba a ese Gustavo vacilón, siempre con zapas y pantalones de chándal. Verle ahora le seguía poniendo igual de cachondo que antes, cuando le acompañaba a mear por el simple hecho de verle la enorme polla que tenía y que con mucho superaba a la de todos sus colegas. Era el más desarrollado, el más dotado y también el más guapo, aunque Dani le iba a la zaga en eso. Ahora de punta en blanco, la estrellita tatuada en el cuello detrás de su oreja derecha seguía marcándole como aquel tio al que conoció un día.
Si Dani estaba enamorado de su polla, Gustavo lo estaba de su culo. Jugando en la cancha de baloncesto no había momento en que no le diera una palmadita y, cuando el resto del equipo no estaba mirando, se lo apretaba más de la cuenta. Nunca hicieron nada más que desearse y ahora que eran unos santos varones con pelos en la polla, después de varios encuentros laborales, no pudieron evitar la llamada del deseo.
Fue una mirada contínua, un momento de inflexión. Dani cayó en sus brazos y se besaron. La mano de Dani fue directa a su bulto. Apenas se la había visto colgando mientras meaba, pero durante muchos años se había imaginado cómo la tendría en erección. Al tocarla se le abrió el ojete de par en par. La tenía más grande de lo que había imaginado. Se la sacó de la bragueta no sin dificultades de los gorda que la tenía. ¿Qué tio era capaz de rellenar por completo la abertura del hueco de la bragueta con el grosor de su rabo?
Ni qué decir que chupársela fue igual de complicado. Después de tanto tiempo, estar en cuclillas adorándole esa enorme picha, su sueño deseado, con el hambre que tenía de él y de su sexo, ver cómo no se la podía tragar entera y se le llenaba la boca sólo con el cipote, le hizo sentir pequeño. Aún así dio buena cuenta de ella. Era grandiosa, imponente. Al dejarla suelta vio cómo se empinaba hacia arriba pero combándose por la parte media. Una banana perfecta.
No tenía ni idea de que Gustavo había deseado su culazo en la misma medida. Le hizo ponerse reclinado contra la mesa, le bajó los pantalones, metió los morros y se le folló con la lengua en punta además de meterle los dedos para abrir hueco para su gigantesco rabo. Ni escuchó el rasquido del plástico de un condón, ni el tintineo del cinturón. Gustavo se la clavó entera por el agujero y a pelo, gozándola con su pollaza internándose en esa raja, dejando volar su polla entre ese par de enormes y preciosos globazos.