Sabía que el jovencito brasileño Leo se estaba dejando amar hasta las trancas. Tenía los pies templados apoyados sobre sus rodillas y Tim Kruger le tenía cogido por las caderas, levantándoselas un poquito para así tener margen de penetración suficiente como para meterle una buena enculada sin condón desde abajo. Se la estaba tragando toda, a toda velocidad y sin rechistar, como un buen pasivo.
Esos ojitos grandes, oscuros y brillantes de cachorro, unido a que se notaba que el chaval no estaba acostumbrado a manejarse con grandes cacharras como la suya, por la forma en la que se la miraba sin saber por dónde empezar a comer, por cómo evitaba el sacrificio de contener la respiración rellenándose la boca con algo tan grande y en lugar de eso sacar la lengua y rechupetear la verga, casi le hicieron desperdiciar la leche de sus cojones.
Había tios de estos charlatanes que alardeaban de más de lo que después hacían, pero Tim los prefería como a Leo, que iban de calladitos pero que después eran capaces de tragarse con el culo veinticinco centímetros de mango como si toda la vida le hubieran metido un tronco tan grande por el interior del culo. Porque hay que ver cómo entraba, ajustada pero suave.
Brasileño tenía que ser, para poner el listón bien alto. Culo grandote y tragoncete. Tim le hizo la cucharita, le abrazó aprovechando su gran envergadura y se aprovechó de ese culazo tan rico restregando por el interior de su ano su gigantesca polla dura y tiesa. Tim esperó a que Leo se corriera, mancillando su suave torso bronceado y sacó la pija a tiempo de su interior para ver que de la raja de su cipotón salía un brote de leche espesa y abundante. La lefa resbaló como un pegote por le dorso de la polla y aprovechó la corrida para metérsela de nuevo por el culo. Le encantó dejarle bien follado y con el culo lleno de leche.
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