Algún día esperan entrar en el Draft, pero mientras llega ese momento, practican duro cada día en la cancha de baloncesto del barrio, ataviados con sus equipaciones de los Lakers, soñando con el gran futuro que les espera por delante. Siempre habían jugado juntos pero nunca habían compartido vestuario. Se hacía ya tarde y entraron al del polideportivo que les quedaba más cerca, a esas horas casi completamente vacío.
Miguel se desnudó cerca de los vestidores como siempre hacía también en el gym en presencia de otros hombres. A su edad no había reparado demasiado en el tamaño del rabo suyo comparado con el de otros chicos, quizá porque sus medidas eran más que generosas y eso hacía que tuviera un problema menos por el que preocuparse. Tampoco le gustaba llevar calzones.
Y así que dó su rabo, larguísimo, colgando entre sus piernas, con los dos huevos bien subidos a la base que se encargaban de elevar un poco su colita haciéndola caer en forma de banana. Al verla, Romulo no pudo evitar lanzarle un cumplido y echarle mano al rabo. En cuanto notó la mano calentita apretándole y zarandeándole el miembro, Miguel, que no era de piedra, empalmó de lo lindo y vio cómo su enorme pollón crecía a lo largo y ancho encima de esa palma amiga.
Romulo empezó a ponerse hiper cachondo. Cada vez se la pelaba con mayor fricción. Lanzó a Miguel contra las taquillas, se agachó, admiró el tamaño de esa polla, la descapulló echando el pellejo que recubría el glande hacia atrás y se llenó la boca de rabo chupando con ganas, con mucha hambre, mirando a su dueño desde abajo como si suplicara ese bocata de jamón y queso para reponer energías.
Ante esa mirada y esa boquita, Miguel no tenía nada que hacer. Tampoco nada que perder. Hacerlo con tios no había pasado como una opción por su cabeza, al menos no más allá de hacerse unas pajas entre amigos, pero ese cabrón se la estaba poniendo durísima y teniendo una boca y seguramente después un culo donde meterla y descargar para rebajarse la polla, ni de coña iba a pasar por hacerse una paja en el baño a solas.
Entró al juego y tomó el mando, pivotando con Romulo entre sus manos. Ahora fue él quien lo lanzó hacia las taquillas, le levantó el brazo derecho y se esnifó toda la pelambrera de su sobaco. El dulzón olor a sudor de macho le volvió loco y le puso a tono. Se sentó, casi tumbado en el banco, agarró la cabeza de Romulo poniéndole una mano en el cogote y le ayudó de nuevo a que le comiera toda la polla.
Si Miguel le esnifó el sobaco, Romulo se encargó de hacer lo propio con sus calcetos y cuando se los quitó le hizo una delicada y morbosa manicura de pies a base de lamérselos lascivamente con la lengua. Luego se puso a cuatro patas sobre el banco y miró hacia atrás cuando Miguel se fue acercando polla en mano y sin condón a su trasero. Miró hacia adelante y gimió al notarla dentro de su cuerpo, grande, poderosa y caliente.
Le dio duro por detrás, también por delante, cuando Miguel se abalanzó sobre él y se quedaron con las frentes pegadas, mirándose a los ojos, con cara de rabia y placer, enseñándose los dientes, los colmillos, sacando toda la rabia que llevaban dentro. Romulo se convirtió en la mejor putita que Miguel habría podido tener dentro de esas cuatro paredes. Dejó que le follara a pelo su culo apretado, que lo taladrara mientras él pegaba el pecho al suelo y las piernas sobre el banco, con Miguel entre sus piernas metiéndole ese palo durísimo y enorme. Terminaron jugando el último tiempo en el suelo, el pie de Miguel pisoteando su cara mientras se lo beneficiaba a pollazos.