Ser un hombre de negocios implicaba ser un hombre multi tarea, siempre pendiente del trabajo y de la familia, de la familia y de los negocios, de los negocios y del teléfono, del teléfono y… de tu chico que anda buscándote para que le metas una follada en el momento menos oportuno. Pero Manuel Reyes está tan guapo y es tan tierno, con esa camiseta sin mangas blanca que deja ver sus pectorales por un lateral, con esos pantalones de chándal que le marcan tan bien el rabo.
Por qué se lo tuvo que sacar en mitad de una llamada, haciendo a Santana decidir entre si seguir siendo ese hombre de negocios o comerse una buena polla. Larga, enorme, durísima. Santana no podía creer el pedazo pollón que apuntalaba el techo como una estaca, descapullado, con el cipote al rojo vivo. Miró el rabo y miró a Manuel que sonreía con cara de vicio sabiendo que acababa de convencerle para que por fin le hiciera caso.
Por si no quedó claro, Manuel cogió su duro mandoble con la mano y dio unos buenos hostiazos con él sobre la mesa del despacho dictando sentencia. Santana intercambió el móvil de mano y mientras cerraba el trato con quien fuera que había al otro lado de la línea telefónica, le cogió el rabaco a su chico, le metió una buena pelada con la mano y una caladitas hasta el fondo.
Entraba por su boca tan bien como si fuera un plátano resbaladizo. El hecho de no tenerla excesivamente gorda, hacía más fácil tragar y colársela por la garganta. Le agarró por los huevos y dedicó toda la atención a su chico, asintiendo al teléfono, dando la razón como a los tontos al que estaba al otro lado, magreando ese pollón entre sus labios, besando a su chico y deseando acabar la llamada para darle todo.
Al colgar, Santana apoyó el trasero sobre la mesa y se desabrochó los pantalones. Iba a enseñarle a Manuel cómo se la había puesto de dura. Se la sacó toda empinada, puso las manos encima de los hombros de Manuel y tiró hacia abajo para que se agachara y comenzara a mamársela. La tenían parecida, solo que la de Santana era algo más morenita. Incluso los dos se daban un aire físicamente. Y lo de chupar nabos se les daba igual de bien, siempre devorando hasta las trancas, juntando los pelos de sus narices con los de la base de la polla.
Joder, podías sentir el cariño que otro tio te tenía, pero no te dabas cuenta de cuánto te quería hasta que veías tu rabo desaparecer por completo dentro de su boca y aplastaba tus cojones contra su barbilla. Manuel se inclinó sobre la mesa y dejó su culazo blanco y delicioso a merced de Santana, que dio buena cuenta de él perdiendo el sentido, colando los morros en su profunda y caliente raja, mordisqueando con vicio sus cachetes, raspándolo suavemente con su cuidada barba.
“Fóllame el culo“, dijo Manuel deseando tenerlo dentro. Santana se puso en pie y de puntillas para alcanzar la altura del agujero del culo y se la metió sin condón hasta las trancas. Una vez dentro empezó a bombearle, a desnudarse, con la camisa desabrochada a pecho descubierto, luciendo torso, musculado y con unos abdominales de culto. Y aún así, como buen hombre multi tarea, agarró el teclado inalámbrico poniéndolo en la espalda de su chaval y siguió currando.
A su chico le estaba dejando bien satisfecho, podía intuirlo por los gestos de su cara, por su mirada, pero tampoco podía desatender a sus clientes. A Manuel no le importaba compartir la atención. Le bastaba con tener la picha dentro de él, con mirar hacia atrás y ver a ese chulazo atractivo de ojazos claros, guapo y con barbita, con la camisa abierta, la cadenita de plata rebotando contra su pecho, dándole por culo.
Dos que duermen en el mismo colchón se vuelven de la misma condición. Así fue como Manuel aprendió a ser follado y a la vez poner un microondas, a sacar el plato recién cocinado, comer y dar de comer, a fregar los platos, a que el tiempo era oro y no podían desperdiciar de él ni un solo segundo.
Se lo hicieron por toda la cocina, ahora completamente desnudos, dos cuerpazos musculosos, tatuados y de vicio fornicando por cada rincón. La temperatura subió tanto que Manuel cogió el estropajo mojado y lo escurrió entre los dos cuerpos calientes. Mojaditos, siguieron follando como conejos en la encimera. Manuel se tumbó bocarriba y Santana se subió encima para penetrarle.
Follar se les daba tan bien como comer pipas. Ser tan guapos y estar tan rematadamente buenos hacía que cada uno cumpliese el objetivo que se esperaba de ellos, uno poner los rabos bien duros y el otro abrir culitos tiernos. La estampa de Santana follando no tenía parangón. Menudo empotrador de pro, musculoso, apetecible, guapísimo, con esos ojazos. Lo abría todo, lo conseguía todo.
Manuel se sentó de lado en sus piernas, clavándose su majestuosa polla dentro a pelo y se cascó un pajote desgranando toda la leche encima de su pierna derecha. Santana siguió enculándole desde abajo a pesar de notar la lechada resbalando por su muslo. Se levantó y una vez más apoyó una mano en su hombro para decirle que se agachara. Le iba a dar donde más le gustaba.
Como un machote, Santana cogió posición, abriendo ligeramente las piernas, se zurció la polla y depositó su leche encima de esa carita guapa y dentro de su boca. Manuel se tragó el rabo que todavía se estaba corriendo, se lo tragó todo y lo estrujó para obtener hasta la última gota. Sonó el teléfono. Santana lo cogió. Tuvo tiempo de agarrar la camiseta de Manuel que estaba tirada por el suelo y se la lanzó para que tuviera con qué limpiarse la cara.