Porque ahora está en mi ducha, pero si Maxwell Miller se pusiera así en los vestuarios, con los speedo ajustados marcando paquete, apoyado contra la pared, los brazos detrás de la cabeza y el agua mojando su cuerpo blanquito y británico, con esos pectorales prominentes peludos, ante un montón de tios que acabaran de disputar un partido, sudados y con un incombustible apetito sexual entre las piernas, acabaría follado hasta por el hetero más confeso del equipo de fútbol.
Qué tio no se lanzaría a apretarle los biceps, a esnifarle los sobacos con los pelos mojados, a besarle perdiéndose en sus ojos azul oscuro prístino como el azul del mar. Tiene una buena chorra que no logra esconder con tan sólo una mano cuando se quita el bañador, pero goza de un mejor culo. Y menuzo culazo, menudas dos bombonas para coger oxígeno.
Aprieta la esponja y la espuma recorre su cuerpo desfilando por sus nalgas, colándose por su raja. Apetece avanzar dos pasitos, meterse con él en la ducha, colocarle las manos en el pandero y apretarse bien contra él para que sienta lo que provoca en los tios, una erección cargada de amor.
Se da la vuelta y me mira, me penetra con su intensa mirada mientras se enjabona el pechote y yo me vuelvo loco de amor. Termina por hacerme suyo cuando me lanza esa media sonrisa que me pone tontorrón, que hace que quiera que sea para mí el marido, el amante y ese chico que acabo de conocer por la calle y que tan bien sabe ponerme de rodillas en un callejón para que se lo coma todo. Tiene un culo para perder la polla y la cabeza, pero esa sonrisa esconde otros secretos que deseo descubrir.
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