Conoces esa sensación que se produce cuando ves a un tio que te gusta y de repente se ralentiza el tiempo a tu alrededor. Eso es lo que les pasó a los chicos en la fiesta de nochevieja al ver entrar por la puerta a los chulazos Paul Canon y Finn Harding, el primero arrebatador y decidido y el segundo con una mirada de ojos claros, una sonrisa para caer perdidamente enamorado y una cara la mar de atractiva y guapa.
Dejaron a todos con la boca abierta y desde el segundo uno se convirtieron en el alma de la fiesta. Quizá demasiado pronto para hacer guarradas, Paul y Finn no terminaban de sentirse cómodos vestidos de etiqueta, con traje y corbata. Se les daba mejor pasear desnudos por la casa y follar todo el rato por las esquinas. Los dos eran jóvenes, guapos y estaban muy cachondos, con las hormonas disparadas.
Buscaron el despacho donde sentirse cómodos, a salvo de las miradas. Allí Finn apoyó el trasero en la mesa y Paul se arrodilló, le bajó la bragueta y le sacó la verga. Le encantaba comerle esa polla larga, magrear con los labios sus enormes y colgantes cojones. A cada cabezazo, se metía la batuta hasta el fondo y la sacaba de su boca mojada en saliva, deteniendo su mirada en el pellejo lubricadito que recubría el glande.
La mamadita le estaba caldeando los huevos, pero fuera debían estar echándoles de menos. Como pudo, ladeándola hacia la derecha, Finn volvió a meter su polla dentro de los pantalones, toda erecta. Por suerte la chaqueta le tapaba estratégicamente el bulto que tenía formado. Vulnerable a cualquier estímulo, Finn se fijó en que el camarero Felix Fox no le quitaba ojo. El muy perro, desde la cocina, se rasgó la parte de atrás de los pantalones y le enseñó la raja de su estupendo culazo.
Finn esperaba que Paul no se mosqueara por lo que estaba a punto de hacer, pero no le quedó otra que pasar a la cocina y excitar a ese chulo que se moría por sus huesos. Le abrazó por detrás, con una mano le agarró el cuello y la otra la usó para metérsela por la raja del culo, dedeándole el ojete, llevándole al límite. Como seductor y activo nato, a Finn no le ganaba nadie.
Después de los dedos, sin reparar en quién pudiera estar observando, se bajó los pantalones. Todavía la tenía durita y se la enchufó a Felix a pelo por la retaguardia. Todavía vestidos, daban el pego y nadie reparó en ellos, pero estaban tan cachondos que enseguida necesitaron intimidad. De vuelta al despacho, los dos se quedaron en pelotas, presumiendo de cuerpazos atléticos y fornidos. Finn llevaba unos calzoncillos blancos que le volvían irresistible y Felix iba preparado para la ocasión, con gayumbos abiertos por detrás. El tio gastaba un culazo de la hostia.
Mientras tanto, Paul se puso a buscar a su amigo especial por toda la casa. Llevó una botella de sidra en la mano para celebrar el anticipo de año nuevo y al entrar en el despacho se los encontró a los dos. Finn estaba de rodillas en el suelo, todavía con los calzones puestos, con una trempera de aúpa que se le marcaba a punto de romper la tela. Felix estaba a cuatro patas en un puff en mitad del despacho, con los ojos en blanco, cachondo perdido, dejándose comer el culo.
De la sorpresa, Paul descorchó la sidra y el ruido del tapón les alertó. Empezaron a poner excusas. Que si uno tenía calor, que si el otro me había seducido en la cocina. Pamplinas. Paul, que no era para nada celoso, vio aquella oportunidad como un trío bien avenido, así que se desnudó, se mojó el torso con el contenido de la botella y lo dejó caer también por la espalda y el culo de Felix, haciendo que su amigo se emborrachara de placer también.
Toda la sidra resbalando por ese culazo de vértigo, Finn con los morros en la raja, menando la cabeza, el pelito mojado como si estuviera debajo de la lluvia. Paul le miró con ojos diferentes y vio en él al macho de los machos, al empotrador de empotradores. El tio tenía el mismo arte para comer culos que un buen hetero dedicándose a un enorme pedazo de coño caliente.
Se sentaron en el sofá, echándose un brazo por detrás como mejores colegas y dejaron que Felix les hiciera el trabajo sucio, de rodillas frnete a ellos, comiéndoles las pollas por turnos. Por si acaso, Paul dejó claro a Felix que no era el único que sabía jalar vergas y ser un sumiso. Se arrodilló en medio de la sala y les comió los rabos a los dos. Le encantaba la pedazo butifarra de su amigo, pero la polla dura y tiesa de Felix con un cipotón enorme, le fascinó.
Paul aprovechó que el camarero se la estaba chupando a su chico para ponerse detrás de él, abrirle las piernas y meterle toda la chorra a pelo. Cómo gemía el muy perro. En apenas segundos, Paul pasó de follar a ser follado. Se dirigió al sofá y se sentó encima de las piernas de Finn, clavándose toda su larga tranca a la que tenía ganas desde que entraron a hurtadillas en ese despacho nada más llegar.
Felix le dio de comer polla, luego se agachó para comerle el rabo y finalmente se sentó sobre las piernas de Paul insertándose su nardo, formando entre los tres un trenecito de placer inolvidable, una pilla de culos insertados en rabos sin condones. Paul y Finn tomaron asiento uno al lado del otro y jugaron con Felix a «pásame ese culo«. Ese pedazo de tiarrón chulazo y cachas sentándose en una tranca y luego en otra. Paul pensó hasta en llamar al resto de chicos en la fiesta, porque ese tipo de guarradas sin duda se disfrutaban mejor con más hombres.
Pero no lo hizo porque su mente ya estaba maquinando el siguiente movimiento. Para qué pedir turno cuando los dos podían meterse dentro de él, que seguro que llegados a ese momento el cabrón tendría el agujero bien dado de sí. Paul y Finn siguieron sentados, pero esta vez frente a frente, haciendo tijeretas con las piernas, juntando las dos pollas. Paul fue el encargado de coger ambas con la mano. Finn fue el primero en penetrar el agujero de Félix. Paul se engrasó la suya con saliva y la dejó resbalar por encima de la de su amigo metiéndola también dentro del hueco.
Doblemente penetrado a pelo, Felix, que se la estaba pajeando, tuvo que soltársela para no correrse de gusto y no era para menos, pues Paul y Finn notaron que ese hueco estaba más ajustado imposible para los dos. Paul tomó la iniciativa y empezó a follarle, mientras Finn disfrutaba viendo cómo ese culazo caía y se elvaba sobre su rabo dándole placer.
Luego fue Finn quien hizo lo que mejor se le daba hacer y lo que a Paul le volvía loco, cuando con ese cuerpazo musculado y blanquito se ponía en modo empotrador y se zumbaba a un tio poniéndose encima de él, con esos pectorales bien marcados, los abdominales en tensión. Paul, que estaba mirando desde arriba la acción, sentado en el respaldo del sofá, entendía perfectamente la excitación y los gemidos de Felix en ese momento, al tener a semejante especímen encima de su cuerpo dándole todo.
Paul sintió la necesidad de correrse. Ver las cosas desde otra perspectiva no hizo sino que su amor por Finn subiera enteros. Pero no iba a correrse sin más. Dando la espalda a Finn, que seguía follándose al camarero, se interpuso entre los dos y se sentó encima de Felix metiéndose todo su duro rabo dentro del culo. Saltó sobre su polla hasta que le vino el gustillo y se corrió encima de ese torso fornido.
Cuando Paul dejó de interponerse entre los dos y Felix volvió a ver a ese macho guaperas y atractivo follándoselo, con su impresionante six-pack bien marcado, no pudo contener la leche en las pelotas. Mientras se vencía y la lefa manaba de su rabo hacia afuera, con el ojete relleno de verga, pensó que esa era una de las corridas más placenteras de su vida.
Finn se lo siguió follando mientras todavía le salía leche por la polla a ese cabrón, luego sacó la pirula de su culo y le lefó el torso enterito metiéndole unos buenos chorrazos calientes y espesos. Estaban tan concentrados follando que ni se habían dado cuenta de que el año nuevo ya había llegado. Los chicos de la fiesta fueron a felicitarles y al entrar se los encontraron a lostres desnudos, con las pollas colgando recién corridas y al camarero Felix tumbado en el sofá, con el cuerpo lleno de esperma. A los chicos de la fiesta se les quedó cara de póker y pensaron que en esa casa había tres tios que sin lugar a dudas habían disfrutado más que ellos comiéndose las doce uvas.