Desde bien pequeño, Thyle Knoxx había querido sentirse como Alicia en el País de las Maravillas, colarse a través del agujero de una madriguera, salir al bosque y pasear, encontrándose a fantásticas criaturas, toparse con un festín de fiesta de no cumpleaños en mitad del bosque en el que beber el café de las cinco de la tarde. Así todos los días.
Y así fue hasta que se hizo adolescente, hasta que descubrió los placeres de ir de cruising y su fantasía se hizo realidad pero en otro sentido, donde el agujero de su culo era ahora la madriguera, donde esas fantásticas criaturas eran tios morbosos como Cain Marko y Tanner Thomas, donde las pastas y las tartas de cumpleaños se convertían en buenas pollas igual de dulces y el café en leche de hombre babeando por su cara feliz.
Juntos, Cain y Tanner, como si fueran padre e hijo leñadores, ahí esperándole para colmarle de placeres. Un colchón con su mullidita almohada en mitad del bosque. Sólo tenía que tumbarse y dejarse llevar disfrutando de esos dos pares de manos expertas que le despojaban de su ropa bajo el frío otoñal. Y allí, sobre un manto de hojas marrones recién caídas, iban reposando las prendas de esos tres hombres que de daban al vicio y a la lujuria que les proporcionaba la naturaleza.
Abrigos, gorros, guantes, bufandas, prendas interiores. Thyle ya estaba a cuatro patas, con su nculo redondo y blanquito en pompa, su largo rabo colgando entre sus piernas, entregándose a ese hombretón veterano que se moría por un culito joven como el suyo. Por delante, el que podría ser su hermano por edad, le daba de comer rabo.
Si Thyle tenía todavía algo de frío, eso estaba a punto de acabar. Una polla dura y caliente perforando su agujero, luego el cuerpo varonil, cálido y peludo de Cain abrazándole por detrás, sus labios, su susurro en la oreja izquierda, los dos leñadores acercándose a su cara. A Thyle le embargó una irresistible emoción de placer, como una oleada de gusto que se instauraba en algún lugar entre su nuca y su frente.
Desde hacía mucho tiempo supo que ese era su lugar, entre esos dos hombres, y ahora una vez más estaba completamente convencido. Se tumbó bocarriba, se abrió de piernas y se entregó a Cain para que pecara con el agujero de su culito. Vio ese cuerpazo de hombretón, de leñador solitario, barrigón cervecero, acercarse con su potente y gordísimo miembro viril. Se lo metió sin condón, todo carnoso, degustando las paredes de su exquisito ano.
Tanner siempre estaba donde tenía que estar, acariciándole, inclinándose y comiéndole la larga polla que tanto le gustaba darle a esa boquita mamona. Cain se inclinó para follarle. Sintió el raspado de los pelos de su barriga contra su polla, haciéndole una inesperada paja. Tanner acalló sus gemidos sentándose encima de su cara, dándole de comer raja del culo y huevos.
Al levantarse, Cain se tumbó encima de su cuerpo, todavía clavándosela, e incrementó el ritmo sin dejar de mirarle a los ojos. Era impresionante, grandote como un dios del bosque y su culazo enorme, redondo y peludete era para volverse loco. Acariciárselo con las manos mientras daba por culo, era todo un vicio inconfesable. Después de una buena follada, él y Cain se sentaron en el colchón y Tanner se arrodilló entre las piernas de Thyle para comerle el rabo.
Se levantó y entre los dos, uno a su espalda y el otro por delante, le abrazaron, le besaron. Igual que Alicia tuvo que buscar la manera de volver a casa, para Thyle también sólo había una forma de regresar. Esa forma de hacerlo era corriéndose, entregando toda la leche de sus huevos. Cuando estaba a punto de soltarla toda, Tanner se metió la polla dentro de la boca y no le quedó más remedio que darle de comer lefa. Los tres se quedaron relajados, respirando el aire puro de la naturaleza, todavía calientes, rozando sus cuerpos desnudos.