Vestido con los colores favoritos de Superman, con camiseta roja de manga corta y calzoncillos de color celeste, el jovencito Ryan Matthews apareció por la puerta con su carita angelical y siempre con una sonrisa. En el instituto seguro que era el empollón, el niño bueno que sacaba todo sobresalientes y al que el profe nunca tenía que llamar la atención, con más razón tenía Ben de desnudarlo y descubrir cómo se las apañaba un chico tan guapo y correcto en la cama.
Al principio fue algo timidito. Sobre todo le daba reparo enseñar la parte de la cintura para arriba de su cuerpo y su rabo, que lo escondió estirando la camiseta hacia abajo con ambas manos. De cintura para abajo no tuvo los mismos remordimientos. Orgullos de sus piernas y de su espectacular culazo blanco y redondito, Ben se puso tierno mirando a ese cachorrito por detrás, sintiendo la imperiosa necesidad de blandirle el culo atravesándolo con la espada de su polla.
Qué bonito lo tenía, para gozarlo bien, peludito. Sabía cómo remarcarlo y que los chicos le desearan. ¿Acaso era él el que se metía en los baños y calmaba la ira de los malotes del insti regalándoles su trasero para que se lo machacaran a gusto y le dejaran en paz? Su carita, su sonrisa, sus ojazos y después ese culo, como para no amarlo hasta donarle toda la leche.
Por fin descubrió su picha. De tamaño medio, más gordita por la parte de la base, todavía conservaba su caperuza, un trozo de pellejo con el que daría mucho gustito juguetear. Antes de quitarse la camiseta, avisó de que él no era como el resto de chicos que posaban, no iba al gym y su cuerpo era muy natural. Algo de panza y sin depilar, con un mar de pelazos recorriéndole los pezones y de entre los pectorales hacia el cuello. Cuando no miraba, Ben se fijó en él. No sería el modelo chulazo al que estaba acostumbrado a que lo fotografiasen, pero el chaval estaba buenísimo y en su naturalidad residía su belleza.