No puede haber mejores compañeros de piso que ellos. Si hay algo que le molestaba mucho a Geo Dovek cuando estaba en casa de sus padres, era tener que cerrar la puerta para hacerse una paja, tener que contener los gemidos en el baño cuando se masturbaba en la ducha o esperar a que se fueran todos de vacaciones o tener una tarde libre para invitar a un chaval y follar con él libremente. Ahora estando en un piso independiente se prometió que todo sería distinto. Como no se podía permitir pagar un alquiler solo, tuvo que compartirlo con Isaac Eliad y para que todo fluyese como debía y evitarse puertas cerradas y tonterías, se sinceró con él y le avisó de que probablemente a menudo le encontrase pajeándose delante del ordenador.
Los dos estaban en las mismas, así que no hubo problema. Era mejor así, de esa forma no tendrían que ocultar la empalmada escondiéndosela rápido al llegar el otro de imprevisto. Y en una de esas estaba Geo, con el rabo caliente enfrente de su ordenador, buscando en páginas de internet algún guarro que quisiera follarle el culo esa noche. Pero buscando buscando y tan calentorro que estaba, por qué no darse el gusto allí mismo con su compañero. Todo este tiempo lo tuvo delante y ahora caía en la cuenta de que estaba bien rico.
Se entendían a la perfección. Por eso cuando le cogió el pie con los calcetos rotos y se los empezó a lamer, Isaac se lo dio todo. Sentir la boca alrededor de los dedos de sus pies le puso cachondo, era tgan suave y estaba tan calentita que ya la posía imaginar en torno a su rabo. Eso no tardó en pasar. Geo le hizo un buen agarrón por las pelotas y le comió el trabuco entero sin dejarse centímetro por repasar. Después le ofreció su culo para que le hiciese feliz e Isaac le metió toda la polla con unos buenos empujones, necesarios al entrar tan ajustadita.
Todo sucedió demasiado rápido porque aquel cabronazo no le dejaba un momento de respiro, el tio estaba sediendo de polla por todos sus huecos. Tras haber probado sus labios y el apretón de su perfecto culazo, se le puso de rodillas implorando la leche de sus santos cojones. Se la dio toda, claro que se la dio, y no sería aquella la última vez.
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