La noche que no lo tiene, Ken Summers sueña con el macho de sus sueños, con su príncipe encantado de varita larga y gruesa. Se desvela a media noche y se revuelve entre las sábanas llevando una mano hacia su trasero. Se mete un dedo y goza con gemidos silenciosos. Piensa que se le pone por detrás, arrimando el torso contra su espalda, notando su presencia y su calor, el aliento sobre su nuca, lamiéndole la oreja a la vez que comienza a penetrarle lentamente, sin retroceder, primero el capullo y después todo lo demás.
Tras esas fantasías de la noche, al despertar todo suele suceder de la misma forma, mira abajo sobre las sábanas, a la zona donde está su entrepierna, y una mancha de semen le da los buenos días, olor a cama mojada que le hace saber lo bien que se lo ha pasado. Pero ese amanecer es distinto, porque de repente una presencia comienza a tirar de la sábana dejándole el culo al aire, acariciándole los muslos hasta llegar a su trasero, abriéndole los cachetes para dejar al descubierto el precioso agujero y pegándole unos lametones certeros al ojete.
Todavía cree estar en un sueño, sobre todo cuando gira la cabeza y encuentra a Diego Summers, el segurata del garito al que conoció el otro día. Y es que cuando va a los pubs siempre le pasa lo mismo, se encariña demasiado de tios con un buen armario empotrado y con uniforme. Tonto no es, desde luego, porque todos suelen tener en común una cosa entre las piernas, grande, gorda y dura. Bueno, pues no sabe cómo ni por qué, quizá por haber bebido demasiado y no enterarse para saber por qué estaba allí en su casa, pero su sueño se va a ver cumplido, uno de esos armarios empotrados dándole por culo con la porra.
Se lo imaginaba en plan más duro, de esto que te cogen el culo, te rompen los calzones haciéndote un boquete y no paran de meterte polla como animales hasta que se deslechan dentro de ti. No creía que iba a ser tan diferente, al menos al principio, con besitos y todo cariñoso, aunque si bien es cierto, a Ken se le iban ya los ojos a su entrepierna de gayumbos blancos, donde ya se marcaba un voluminoso paquete con un pollón que rabiaba por salir a jugar un ratito.
Ya era hora de descubrir lo que guardaba el segurata tras la bragueta. Se quedó un ratito paseando los labios y olisqueando el sabroso rabo que se adivinaba bajo la tela. La tenía tan empalmada y dura que, al tirar tanto de la tela, los laterales mostraban parte del material, la piel de unos portentosos huevos. Tiró de la goma de los calzones y fue descubriéndole el plátano poco a poco. Primero el capullo, gordo y bonito, con una buena raja para escupir leche y después un pedazo tronco hecho para darle placer y al que regaló una relamida que sirvió como primera cata.
Cada uno se dedicó a preparar la comida del otro sabiendo perfectamente quién se la metería a quién, por lo menos a Ken no le quedaba ninguna duda. Se dio la vuelta y le ofreció su culo para que siguiera sumergiendo su lengua en él mientras él se quedaba colgado de su polla, de su gorda polla que le llenaba por completo la boca y eso le encantaba. Sintió cómo la suavidad con la que le trataba el culito al principio, dio paso a algo más duro y cañero.
Le empezó a penetrar con la lengua, a meterle el dedo gordo de la mano. Le hizo volverse loco y como respuesta a esa locura, Ken se atrevió a abrir la caja fuerte del culazo del segurata. Cómo gozaba y se abría de piernas el cabrón. Una cosa es que muchos tios hetero lo rechacen por sentir que va en contra de sus principios sexuales, pero vamos, que todos los tios sentimos lo mismo cuando nos acicalan la polla y no va a ser menos cuando nos devoran el ojete, eso es innegable. Ken sabe que cuando estos tios se quedan a solas y no hay nadie mirando, al final ninguno rechaza que le den ese placer.
No va más allá, ahí se queda sin saber si el segurata hubiera estado dispuesto a que le metiera zambomba, porque lo que Ken quiere es que le meta toda la polla dentro y la quiere ya. A cuatro patitas sobre la cama, mostrando su precioso culito que parece virgen pero que en realidad es un tragón que se ha merendado las mejores pollas, un lobo con piel de cordero. Se muerde los labios de gusto cuando Diego le posa y hace resbalar el pollón dentro de su raja de arriba a abajo. Está calentita, durísima y es grande, muy grande.
Cuando cree que ya la va a notar dentro, Diego se pone de pie y le deja a Ken el trabuco delante de la cara. Quiere metérsela a pelo, quiere follarle notando todo el calorcito de su culo al natural y para eso necesita que sustituya el lubricante del preservativo por su saliva, quiere que se la chupe bien antes de metérela para que entre como el puto amo. Tras pegarle unas chupaditas y dejar que Diego le encharcase bien la raja del culo con escupitajos, se quedó de nuevo a cuatro patas para recibirla.
Ken se sintió más querido que nunca. La polla entrando por detrás a pelo casi le hace flaquear las piernas en la primera embestida, pero por suerte ya estaba Diego al quite abrazándolo por detrás, impidiendo que cayese de bruces sobre la cama. Él era el segurata y el que decidía quién y quién no debía pasar, pero con esa cara, esa sonrisa y esa polla, él se colaba por donde le daba la gana.
Sin sacáresela, Diego tumbó de lado sobre la cama a Ken y le penetró haciendo resbalar su polla por completo, sacándola y metiéndola enterita del cipote a los huevos, con un buen movimiento de caderas. Otra cosa que a Ken le quedó clara es que aquel tiarrón no era un novato follándose a chavalitos, por cómo la metía y lo bien que jugaba, tenía que tener un extenso currículum como follador.
Tomó las riendas del caballito tumbándolo boca arriba y ensartando su culo sobre la gigantesca polla. Joder qué diferente era que te la metieran a metértela tú, sobre todo cuando la polla es tan grande. Aquella postura aseguraba que te metías el pollón al cien por cien, cuando una vez alcanzado el límite y habiéndote sentado sobre sus muslos notando los pelos y la piel calentita de los cojones, podías sentir como si estuvieras en la cima del Everest.
Ken le pegó un pedazo pajote con el trasero celebrando la escalada, hasta llamó al equipo de salvamento haciendo el helicóptero sobre su cuerpo, dándole la espalda para que pudiera admirar su poderoso culo zumbándole la polla. Sabía que a los tios como aquel tan machotes les ponía cachondos esa postura, ver su gran polla penetrando algo que tuviera un par de globos grandiosos con una raja entre medias. Además si lo quería, aquella era la técnica perfecta para sacarles la leche, porque a la vez que les hacía sentirse los dueños y señores, el hecho de presenciar el sube y baja empezaba a crear una imagen repetitiva en sus cabezas como de paja interminable de la que jamás podrían salir y eso les hacía expulsar lefa de los cojones a punta pala.
Fue Ken el primero que se corrió, en el sitio y de la forma en la que siempre había querido hacerlo, saltando sobre el pollón del segurata y dejando salir su leche sobre el fuerte y musculoso torso, dejándolo llenito de lefa. Para él hacer eso era como romper con los cánones establecidos, como acabar al menos por un momento con la imagen de segurata serio, intangible y como poder traspasar su coraza. Por eso ver su lefa sobre ese armario empotrado fue tremendo.
Sabía que su merecido iba a ser apoteósico y lo fue. Diego le agarró echándole un brazo por detrás del cuello como si fuera un colega y empezó a pajearse duro tumbado a su lado. Ken se fijó en su cara, el tio no apartaba la mirada de sus ojos. Pudo sentir sus gemidos con la boca abierta y sus temblores de la caña que se estaba dando al pollote. Justo entonces preparó la polla, miró hacia abajo y empezó a correrse, dejando un buen reguero de semen en todo el ojete de Ken. Cuando se recompuso de los primeros lefazos, el tio metió la polla en el culo con toda la leche y allí se quedó, mientras le dejaba por dentro todo lo que le quedaba. Con aquella sesión, Ken además se garantizaba pase vip de por vida.
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