Ningún otro chico le había hecho jamás la competencia en cuanto a tamaño de rabo se refería. Josh Moore era el rey de los vestuarios. Sus compañeros lanzaban esa risita nerviosa seguida de alguna broma cuando le miraban la entrepierna y dejeban bien claro que tenían envidia sana de sus dotes. No todos tenían unos atributos tan generosos. La vida sexual de Josh se había construído en base a lo que había visto y a lo que los demás le decían. Hasta que todo eso cambió.
La de Boomer Banks no dejaba de ser una historia diferente. De polla exageradamente grande, los demás niños huían al vérsela no fuese a pegarles un hostiazo. No fue hasta que Josh conoció a Boomer cuando se dio cuenta de que había otros que la tenían más grande que él. Hasta el momento, siempre que tenía escarceos con chicos, siempre salía ganando con la máxima de que el que más grande la tiene la mete. Pero esta vez él no era el ganador.
No sabía si estaría preparado para semejante pollón gigantesco, porque nunca le habían metido un rabo por el culo, a lo mucho un dedo por curiosidad. Decidió empalársela él mismo, sentándose encima de las piernas de ese macho. Fue bajando el culo, deslizándose ese pollón dentro intentando no perder el conocimiento. Era como cuando le ponían una inyección en el culete de pequeño, pero siguió los consejos de mamá “respira hondo, respira”, así se pasaba el dolor.
Él que tenía la polla tan grande, que era el dueño y señor de cualquier trasero, ahí estaba, empalado por una gigantesca polla morenota, un tiarrón como él que tantos agujeros se había follado, ahora rendido sobre otro cuerpo, perdiendo la virginidad de culo, besando la pared con cara de idiota mientras Boomer se la clavaba por detrás sin descanso, mientras su rabo enorme, falto de ojete en el que clavarse, hacía aspavientos y molinillos.
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