El resto de sus amigos ya habían perdido la virginidad a manos de un hombre y Dylan Black no quería ser menos. Tenía que reconocer que se la había cascado a espuertas de sus colegas, recordando sus relatos de cómo les desvirgaron el ojal unos machos que en su cabeza se convertían en auténtizos osazos con pollaz descomunales blandiendo traseros a su antojo. No era para tanto, pero como Dylan ni lo había experimentado ni había visto una sola peli porno, pues estaba en la inopia.
Por eso el día que se decidió a perder su virginidad, salió a la calle convencido de que no volvería a cruzar la puerta de su casa hasta haberse convertido en un auténtico hombre, sexualmente hablando. Se tiró varias horas frecuentando ciertos lugares, haciendo alguna paradita en los cuartos de baño y al final cupido le golpeó con una flecha cuando se fijó en Scott DeMarco, un chaval guapísimo con barbita y perilla del que se enamoró al instante.
Quería algo bonito para esa vez tan especial, no quería guarradas ni rabos descomunales, quería sentir el placer de hacérselo con un chico al que pudiera mirar a los ojos y sentirse follado doblemente, por la polla y por algo que podría considerarse amor. Fue un placer practicar por primera vez con su rabo, sabía que se lo tenía que dejar bien fresco, sobre todo a la vista de que ninguno de los dos llevaba condón. El momento en el que la sintió penetrando por su culo, sintió una felicidad absoluta que estaba convencido de querer experimentar una y otra vez toda la vida. Lo vivió de forma tan intensa que se dejó llevar por el apetito y, además de primera follada y a pelo, tuvo su primera preñada. Veía a Scott tan feliz dentro de él que no podía dejar que se retirara hasta meterlo todo dentro.
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