De pequeño, a Jaxton Wheeler le enseñaron que no había una mejor elección que adoptar un perro de la perrera antes que comprar uno recién nacido de una camada. El de la camada todavía tenía vida por delante, pero el de la perrera tenía los días contados. Ahora de mayor, con su aspecto varonil y sus envidiables ojazos, podría tener a sus pies a cualquier hombre que se cruzase en su camino, los de más alta cuna, pero él seguía siendo fiel a lo que sus padres le habían enseñado.
Y así, lo mismo que hizo con los perros, hizo con los chavales descarriados que desperdiciaban sus días dándose al alcohol y a las drogas. Quería que tuviesen un hogar, que aprendiesen que había otras formas de diversión mejores que consumir sus vidas. Comenzó enseñando a uno, luego a otro y luego a un tercero, Cody Smith, Max Wilde y Pierce Hartman. Su bondad no conocía límites y los chicos comenzaron a cogerle cariño. Jaxton les enseñó a amar y a hacer el amor, lecciones que pronto tuvieron su recompensa.
Les mostró el camino del sexo y el vicio, algo que daba gusto y vida. A menudo tenía a los tres comiendo de su rabo como perrillos y los tres le daban culo para su incansable polla. Si se la metía a pelo a uno, los otros dos agarraban cada cachete y miraban esperando su turno. Como sabían lo mucho que le gustaba empotrar ojetes, solían formar una torre subiéndose unos encima de otros, dejando esas tres apetitosas rajetas para que él metiese el rabo a placer. De puntillas se colocaba para meter rabo al de arriba, pies plantados en el suelo para metérsela al de en medio y doblaba un poco las rodillas para ensartar al tercero. Tres culazos en fila india para una soberana y bondadosa polla.
