Había cogido complejo desde adolescente, desde que comenzó a ir a fiestas en locales sin baño y tenía que ponerse a mear en fila india en la calle junto a más chavales. Más de uno le miraba de reojo y se echaba a reir asombrado, lo que hizo que se fuese a un lugar más apartado o que cuando tenía que ir a un urinario público de la estación de tren, se metiese en un cubículo antes que ponerse en la fila de meaderos.
Lo peor vino con las clases de educación física cuando las daban en la piscina cubierta. Se quitaba los pantalones, los calzones y con la chorra al aire notaba cómo sus compañeros susurraban y se reían a sus espaldas, por lo que los días que tocaba ir a la piscina, determinó llevarse ya el bañador puesto y así no tener que quedarse en pelotas. Mario Galeno pasó la mayor parte de su vida adolescente maldiciéndose por tener una polla tan larga, gorda y torcida y rezó para que algún día se le enderezase y pudiera tenerla como los demás chicos de su edad. Y por suerte para él (y para los que después disfrutarían de ella), eso nunca ocurrió.
Todo ocurrió en una de esas noches de fiesta en que se fue a mear a un lugar apartado. Un chico se puso a mear a su lado, le tocó la polla, le gustó tanto que se le empezó a poner dura, el chaval se agachó, se la pajeó hasta ponérsela tremeda y se la comió de un largo bocado como si su boca fuese un pozo sin fondo. Mario nunca olvidaría las lágrimas que se le salieron por los ojos del esfuerzo por tragársela entera, ni los gemidos de auténtica hambre perruna que escuchó.
Tampoco olvidaría el gustazo que le entró al penetrar un espacio tan profundo y estrecho y cómo se le liberaron las pelotas metiéndole al chaval un turbo de semen inesperado por toda la garganta, ni cómo su polla salía llena de babas y restos de lefa, ni la boca del chaval babeando su propio semen. Fue aquí cuando se dio cuenta de que, cuando los compañeros se reían, no era porque el tamaño de su polla fuese desproporcionado, sino porque se morían de envidia por tener colgando entre las piernas lo que él tenía, un buen mango para alimentar bocas y culos.
A partir de ese día no dejó de follar todo finde que salía de marcha. Aunque había tios de todo tipo, los que más le buscaban las cosquillas eran los menores de veinte, bajitos y delgaditos, que disfrutaban sacándole la polla de los gayumbos y admirando ese tamaño que para ellos era como algo de otro mundo. Mario no podía decir que no, sobre todo a Ken Summers que se había encariñado con él. Cuando el chavalín se ponía de rodillas con calzones de culo abierto a comerle el nardo, se la chupaba tan bien que era imposible no querer que esa boca le reventara el cipote.
Se la mamaban lo justo para dejarla suave, antes de abrirle la rajeta del culo y el ojal para enhebrar la aguja. Eso, unos lametones, escupitajos directos al agujero y directa al hoyo sin vaselina ni condón. Toda clavadita como una estaca dispuesta a conseguir sacar de la garganta de chaval ese primer gemido de putita, el que te deja ciego y con la cabeza hacia atrás del gusto de ser invadido por un alienígena más grande que tú.
A Ken, como a cualquier otro chico que la probaba por primera vez, le costó amoldarse a ese tronco, pero de hacerlo una y otra vez al final se acostumbró y desde luego ya no quería otra. La deseaba a todas horas y Mario no podía decirle que no, porque también se volvía loco con su culo tragón y calentito que le arropaba la polla como ningún otro. Le encantaba eso de que a mitad de la follada le pusiera contra la pared metiéndosela a lo bestia. Y él levantaba la patita bondadoso como un perrete bueno.
Hasta habían comprado en la tienda de muebles una silla caballito para dar rienda suelta a sus fantasías sexuales. Se trataba de una silla de mimbre que hacía bastante ruido pero muy elástica, con un respaldo delgado que hacía las veces de cuello de caballo. Ken se agarraba al respaldo, Mario se lo jamelgaba por detrás y al follar parecía que los dos estaban montando a caballo como en una escena del salvaje oeste como en las de las películas.
La mayoría de tios se ponían cerdos con una mamada, a punto de nieve. Mario estaba tan acostumbrado a que se la chuparan, que lo que más cerdete le ponía era follarse un buen culito. De hecho, hasta que no pasaba casi un cuarto de hora de metida y sacada contínua en diferentes posturas, no era hasta cuando su rabo alcanzaba su dureza y tamaño máximos. Justo en ese punto era cuando a Ken se le dilataba el ojete a tope y se sentía como un conejillo en manos de un toro empotrador. Un conejillo al que le metían un pedazo zanahoria por el culo y le jodían a base de bien.
A partir de ese momento, a Ken le molaba sentarse encima. Era como clavarse una estaca por el mismísimo culo. Notaba el capullo deslizarse por la raja hasta contactar con el hueco, se dejaba caer y ya la tenía toda entera dentro. Después sólo se dejaba llevar, metiendo una tremenda culeada, creándole leche en los huevos. Cuando entraba con más dificultad, paraba, se la chupaba un poquito y la seguía montando.
La pajeada de culo final era impresionante y le dejaba la polla a Mario como una morcilla de Burgos a punto de reventar por todas partes. Era aquí cuando Ken tiraba de su propia polla haciéndose una paja y seguía saltando sin parar hasta correrse encima. Parecía un primerizo soltando su primera leche, con toda la lefa borboteándole de la punta del nabo y cayendo al suelo. Todavía recuperándose, Mario le ponía algo cómodo en el suelo para que se pudiera de nuevo de rodillas mientras él se cascaba un pajote.
Ken le lamía el cuerpo muy cariñoso esperando su leche. Lengüita en las tetillas, piel de gallina, Mario se quedaba to ciego del gusto que se le venía por la trompa, Ken corría raudo a poner la jeta debajo de la polla y se llevaba toda la merendola blanca que después compartía boca a boca con su dueño. Sí, la adolescencia de Mario Galeno había sido muy jodida, hasta que fue consciente del placer que daba lo que tenía colgando entre las piernas.
ENJOY NOW KEN SUMMERS FUCKED RAW BY MARIO GALENO AT FUCKERMATE.COM
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