Pertenecían a la guardia romana, a la de la obra de teatro quiero decir, a la que dejaron sin dos de sus soldados cuando decidieron abandonar el escenario antes de salir ante el público. Antes de todo eso, tras las bambalinas, Alejandro Torres no pudo resistirse a la mirada, la sonrisa y hambre de rabo que tenía su compañero italiano de diálogo Elia Kisley.
Entre cambio y cambio de vestuario, allí en mitad de todos, ellos aprovechaban para magrearse sin que los demás se dieran cuenta. Alejandro pasaba por detrás de Elia y le agarraba el culazo con la mano abierta, lo mismo hacía Elia pero agarrándole el paquetón y es que las nobles vestiduras de caballeros les estaban poniendo cachondos. Era hora de entrar en batalla pero en otro lugar.
Nadie se daría cuenta de que faltaban, no les echarían de menos, total eran como unos veinte extras con apenas unas frases. Subieron a la habitación del hotel que la compañía les había preparado y no tardaron en volver a magrearse pero esta vez agarrando cacho del bueno. Por cómo Alejandro masajeaba el culo de Elia por detrás, se veía que tenía muchas ganas de penetrarle, no más que las de Elia por hincar las rodillas en el suelo, sacarle la picha de los gayumbos y comerle el trabuco como un ansioso.
Parece que el calorcito de la polla dentro de su boca consiguió calmarle los ánimos. Lo estaba deseando. Larga y gorda, se la tragó hasta los huevos ahogándose de las ganas que le tenía y mirando con esos ojitos claros bonitos y suplicantes hacia el dueño de la manguera, consiguiendo ponérsela más dura de lo que ya estaba.
El italiano tenía unos buenos labios para chupar pollas y se ve que le iban la mamada y el pajeo. Menuda cara de felicidad cada vez que hacía una paradita entre calada y calada y admiraba de cerca el palo gordo y brillante que estaba trabajándose con la mano y la boca. Ahora mucho más dura que antes, al no poder llegar al tope al tragar, tenía que valerse con la mano para agarrar la base del pollón.
Alejandro se sentó en el suelo posando la cabeza sobre el borde de la cama. Elia se subió encima, se puso en cuclillas y dejó el ojete a merced de esa lengua que se lo trabajó de una forma alucinante, tanto que Elia pudo ver la felicidad cara a cara. Si así de bueno era con la boca, qué no haría con el pedazo pollón que tenía entre las piernas.
El gusto le pudo. Elia enseguida agarró el trabuco de Ale y lo condujo sin condón ni hostias hasta la entrada de su agujerito. Con mucha suavidad y cariño le fueron entrando los primeros centímetros de otro hombre por el culo. Alejandro empezó a empuñarle la espada una y otra vez con un espectacular movimiento de nalgas, provocando los gemidos de putita en el italiano.
Pasó un buen rato hasta que se acostumbró al diámetro de esa polla, entonces tomó las riendas y le arreó una paja porculera, tragándose el pollón hasta todos sus santos cojones y sacándolo enterito. Era tan larga y estaba tan bien ajustada, que la muy zorra de la polla no se salía por amplios movimientos que hicieran uno y otro.
Donde antes estaba la cabeza de Alejandro merendando ojal, ahora estaba el culito inmaculado de Elia. Alejandro se lo blandió con gusto. Era como meterla en un cojín mullidito. La raja del culito se abrió dejando pasar el rabo y se la enchufó sin piedad una y otra vez asesinándole el ojete. Ahora el culo blanquito entre las piernas de Alejandro era de su propiedad y se lo follaba a su antojo.
Tras probar nuevas posturas, se decantaron por una más clásica, la de dar por culo, los dos de pie y Elia inclinando la espalda, apoyando las manos sobre el colchón. El muy cabrón no dejaba de gemir y de gritar de nuevo, los inquilinos de habitaciones contiguas deberían estar pasándoselo en grande. Ahora Elia se había quitado los calzones de culo abierto y con cada zambombazo su pollón largo y los huevos le colgaban y se meneaban como un flan entre las piernas.
Sacudida tras sacudida, a Elia se le fue poniendo dura y se dedicó un pajote mientras le follaban. La tenía grandota el muy cabrón. Se tumbó en la cama abriendo las piernas para dejar que Ale se lo siguiera ventilando y él siguió con su paja particular. No paró de sacudírsela hasta plantarse una buena tanda de chorrazos lechosos sobre el cuerpo. Los romanos de la antigüedad seguro que se lo pasaban así cuando tenían que ir lejos sin chavalas a la vista, haciéndoselo entre ellos, buscando a las más putitas y vaciándose los huevos los unos a los otros.
A punto de correrse, Alejandro le sacó la polla del culo, cogió sitio en la cama y Elia colocó la carita muy cerca del rabo esperando su premio. Ale empezó a pajeársela a buen ritmo con vehemencia y los mecos empezaron a salirle sin control. El primer disparo decoró el labio inferior de su colega, después un chisporroteo de altura y para acabar un lefazo espesito en toda la barbilla. Una buena cantidad debió quedarse en la lengua, porque al despegar los labios, Elia los tenía pegajosos. De haber podido elegir el público entre esta obra y la otra, seguro que se habrían quedado con esta, mucho más cerdaca y divertida.
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