En el patio de vecinas no se hablaba de otra cosa. Todas salían puntuales a tender la ropa para escuchar lo que, la que vivía pared con pared junto a la familia Armstrong, tenía que contarles. Todas acababan con la boca abierta al escuchar ciertas barbaridades, pero lo que realmente se les abría una vez se metían dentro de casa mientras veían a la Ana Rosa, era otra cosa, pensando en tanta indecencia impura.
Y es que a los vecinos no dejaba de resultarles extraño que tras abandonarles su mujer y madre respectivamente, padre e hijo estuvieran tan unidos. Porque una cosa es que mirasen el uno por el otro y se cuidaran, pero otra muy distinta es que se los encontraran por ejemplo en el parque cercano, metidos en el coche, con el hijo haciéndole una felación al padre, de tal forma que cuando levantaba la cabeza parecía que se hubiera comido un helado de nata a trompicones. Entre eso y que la vecina cotilla no paraba de escuchar gemidos tras las paredes, la comidilla estaba servida.
Hubieran puesto ya el grito en el cielo de haberse enterado de la última, que a los Armstrong les habían pillado follando en un probador. Por suerte nadie se tuvo que enterar porque ya supieron ellos manejar la situación para que ese pequeño desliz no saliera a la luz. Fue tan sencillo como bajarse los pantalones y ofrecerle los dos culos intergeneracionales al segurata de pollón negro largo y gigantesco cuando les condujo hasta la sala de cacheo.
Hasta ese momento, los momentos de intimidad los habían reservado para ellos dos solos, pero ese día y de forma totalmente imprevista, descubrieron lo mucho que disfrutaron al compartir su amor con un tercero y más si los dos sentían lo mismo, recibiendo un buen trabuco por el trasero y poniendo unas caras de mezcla entre dolor y gusto en una experiencia que les hizo estar más unidos todavía. Unidos por un rabo descomunal.
Nota: Las imágenes, el vídeo y el texto reflejan una obra de ficción. Los actores no tienen ninguna relación de parentesco real.