“Me cago en la puta, ¿cómo debe ser un buen soldado?”. “Fuerte señor, fuerte!”. “¿Y si te dan una patada en los huevos?”. “Me levanto y sigo adelante, señor!”. “¿Y qué hay que hacer llueve, truene o nieve?”. “Seguir entrenando, señor!”. Sin duda Ryan Bones como instructor les tenía bien enseñados a sus cadetes, aunque todavía había cosas que como hombres no podía controlar, como su naturaleza y la necesidad de meterla en un agujero.
De hecho ni él mismo lo había conseguido y por eso era el único capricho que les permitía, dado que estaban confinados en un lugar lejano y no había coños en varios kilómetros a la redonda. Por eso mismo hizo la vista gorda cuando pilló a todos sus chicos cebando de lefa al novato y a Kit Cohen a punto de enfilarle el nabo por detrás.
Era el instructor, tenía que ser duro, pero también tenía la obligación de ser equitativo con sus cadetes y no era justo que los demás hubieran tenido su rato de diversión con el nuevo y él hubiera dado al traste su primera follada en meses. Debía compensárselo de alguna forma, eso sí, sin que se notase que era un favor.
Llamó a filas nada más comenzar el día y se llevó al circuito de entrenamiento a Kit en plena lluvia. Ryan sabía que el chaval estaba cachondo y cualquier cosa se la pondría dura. Se quitó la camisa enseñando el torso fuerte y musculado, le dio la espalda y se duchó con una manguera. No falló, al darse la vuelta, el cadete tenía la polla durísima y tiesa saliéndosele por la bragueta.
Hizo con que se enfadaba porque no podía consentir que a un macho se le levantara en presencia de otro y le aplicó un severo castigo que sabía le encantaría: arrodillarse en el barro y comerle toda la puta polla. Joder cómo le chupaba la manguera. Si había algo maravilloso en tener a tantos tios recluídos a falta de almejas, es que se volvían la mar de aplicados en cuanto al sexo. Kit le comió la pija como si fuese el último rábano del desierto, con unas ganas que casi le saca de cuajo la leche de la polla.
Le dio por culo en las vallas sin importar las inclemencias del tiempo que les estaban dejando empapados y sin ser conscientes de que unos metros más allá, tras las ventanas de la cabaña del dormitorio, el novato se calzaba un pajote a solas, recreándose con las vistas del instructor por detrás dando por culo a otro. Una paja que se vio interrumpida y en la que se perdió el pringoso final pasado por agua y leche.
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