Sí, pagué el día de San Valentín por tenerlo a solas, porque me hiciera lo mismo que le hacía a las chavalas que iban a las despedidas de soltera, por ver cómo un mango duro golpeando la toalla blanca que llevaba a la cintura, ponía en marcha mi imaginación de una forma inaudita.
Pagué con gusto por ver el culazo de Zack Lemec, su silueta a contraluz en la ventana, porque me pasase detrás de la cabeza la toalla y me invitara a ver de cerca sus partes más íntimas, por sentir el golpeteo de una polla dura y larga contra mi cara, por correrme mientras lo hacía.
Pagué por verle pasearse en pelotas por cada rincón de mi casa mientras se masturbaba el rabo y por ver cómo gemía de gusto dejándose la corrida en el suelo, un charco de lefa al que yo acudiría como un puto cerdo para dejar el suelo limpio. Y con la jeta enjuagada en su semen y el sabor de sus cojones en mi boca, sentí que me había enamorado al verle marchar por la puerta.
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