Estos jovencitos tienen que aprender a base de buenas hostias, de tios duros que les den lecciones. Chavales como Ruslan Angelo se creen que las mejores pollas son las que se comen en los recreos del instituto, en los baños, quizá la de algún profe veterano al que le van los chavalitos con los dieciocho recién cumplidos, pero están muy equivocados. Las mejores pollas se buscan fuera y todavía les queda mucho por ver y disfrutar.
Vestido con una camisa negra, Viktor Rom es como el ying que se compenetra con el yang de Manuel Skye, de camisa blanca. Y el punto de unión de ambos es el chavalín, al que dan unas buenas mazorcas por la boca y el culo, a pelo, rellenándole por completo.
Lo tienen en el cuarto bajo de un patio encerrado, para divertirse. Ha aprendido a andar como un perrete, a pedir agua y a pedir rabo, porque es lo que le gusta. No paran de montarlo, de perforar con sus fogosas pollas gordas y enormes un culazo suavecito y apretado que les encanta. Le joden la garganta a pollazos y se ponen de acuerdo para dejarle un buen agujero abierto a doble polla.
Si alguno de ellos está exhausto, se toma un descanso, metiéndole un dildo grueso y gigante por el trasero para que su agujero siga dilatando y no se cierre en banda cuando vuelvan a estar preparados para metérsela de nuevo. Le meten la leche en toda la jeta y le dejan relamiéndose sobre el colchón. No tiene dónde limpiarse, así que por la noche, cuando vuelvan a desear su cuerpo, ahí estará esperándoles, el olor de su lefa reseca, para seguir follando.