Se estaba poniendo bien contento besando esa guapísima cara que tenía, pero Jorge Ferrara decidió apartarse de sus labios para bajar a comerle la polla. Menuda presión metía el cabronazo con los labios, se la iba a despellejar. Del gusto, Abel Sanztin emitió un gemido apagado de gusto, dejó resbalar su mano por encima de la cabeza del chaval hasta ponerla detrás de su nuca y dejó que ese mamonazo le pelara la polla a bocados.
Al subir de nuevo a su boca, los labios de Jorge estaban húmedos, llenos de babas y olían a su polla. Volvió a mirarle a la carita, tan guapo, tan rico, mientras posaba los labios en su enorme barra y la repasaba de arriba a abajo, cuando se volvía a meter el nabo dentro, le agarraba la picha por la base cerrando el puño en torno y se fijaba como meta tragar hasta besar su dedo índice.
Se la estaba dejando limpia, brillante, casi el doble de larga que cuando empezó a chuparla y el cabroncete no se amedrentaba ante semejante tamaño, más bien le ponía cerdo tener un rabo así delante de la cara, mamarlo y jugar a atragantarse con él de vez en cuando.
Por un momento Abel se hizo con el control de su gran picha y se la pajeó mientras Jorge le miraba desde abajo, obediente, abriendo la boquita. Abel le metió el pulgar por la boca y él se lo apresó con la misma intensidad con la que lo había hecho antes con el pene. Se pensó si manchar de blanco esa carita guapa antes de tiempo, pero prefirió aguantarse las ganas y descubrir cómo se comportaría un chulazo como ese con una buena vara dentro del culo cuando se lo follase.
Mientras pensaba todo esto, Jorge ya le estaba levantando el tronco y metiendo los morros en la entrepierna. Le jaló los huevos, se frotó el pollón por toda la cara y volvió a las andadas. Abel se puso cómodo y se sentó en la cama, con la espalda apoyada en el cabecero. Jorge no se soltaba de su gigantesca polla. La mamaba, se la pajeaba, se la medía contra la cara, intentaba en vano metérsela hasta las pelotas.
Hacía tiempo que Abel la tenía más que preparada para batirle el culo, pero a ntes le comió un poquito el trasero. El culazo de Jorge era de otro planeta. Sus muslazos peludos dejaban paso a un pandero grandote libre de bosque, con una pedazo raja en medio, más profunda en su parte media, unos diez o doce centímetros. Y en el mismo centro un agujero cerrado que no dejaba ver ni un pelo de su profundidad.
Después de lamérselo, Abel se lo esnifó de cerca. Otro lametón, esta vez a los huevos que le colgaban entre medias, bien visibles. Al sentir su lengua en un lugar que no esperaba, Jorge dio un respingo y miró hacia atrás. Abel se fue levantando poco a poco, besando sus nalgas, su espalda y finalmente le presentó toda la porra a punto de entrar por el agujero.
Escucho la risa nerviosa de Jorge, deseando tener toda su tranca dentro. Abel se quedó sorprendido por lo que ocurrió en ese momento, sobre todo después de haber visto ese agujero tan cerrado. Fue como si de repente su ojete hiciera click, se abriera la cerradura y Abel pudiera pasar dentro con todo. El cabronazo le agarró del culo por detrás y lo empujó hcia adelante. Abel vio sorprendido cómo su enorme polla desaparecía de una sola tacada dentro del culazo más tragón que había visto en su puta vida.
¿Qué había sido de ese chico risueño pero tímido que había conocido en el parque hacía una hora? En la cama se meneaba como nadie y en cuanto tuvo la polla dentro, no debaja de balancearse hacia adelante y hacia atrás metiéndose una auto follada. La tranca de Abel, lubricadita natural, con tanto movimiento se salió del culo y cayó hacia abajo colgando como una diosa, enorme.
Menudo valiente. Pero Abel tenía el secreto para hacer que los tios sintieran su polla como la primera vez. Tumbó a Jorge bocarriba, doblándole las piernas, las rodillas contra sus pectorales, el culo bien abierto. Se la metió de cuajo sin condón y ahora sí que gritaba el mamón, al sentir esa barra en su justa medida insertándose tiesa por su ano.
Jorge bufaba de puto gusto, se retorcía, pero no cerraba el agujero. Abel se apoyó en sus muslos y le dio caña, metiéndole polla sin parar, por mucho que gimiera de dolor, por mucho que se agarrara a sus caderas pidiéndole que rebajase el ritmo. Porque aunque lo pidiera, terminaba sonriéndole como el malote que llevaba dentro y volvía a abrirse de piernas y a abrirle la puerta para que se metiera otra vez con todo.
Como premio a su aguante, le dejó cabalgar su polla a su propio ritmo. Abel volvió a sentarse sobre la cama y disfrutó de la cabalgada de ese vaquero, que aprovechaba la follada para pelarse la polla enfrente de su cara. Abel prometió protegerle, al menos lo que durase ese día y no se le ocurrió mejor forma de demostrárselo que haciéndole la cucharita.
Se puso de lado, dándole la espalda, los dos tumbados en la cama. Jorge estaba en postura fetal y Abel se la insertó por detrás. Le rebañó el agujero mientras sus huevazos cargados ya de leche caliente retozaban por la parte superior de sus muslos. Jorge permaneció quieto y Abel se puso cachondísimo penetrándole por detrás, culeando y metiendo caderazos certeros que impulsaban su gorda y enorme polla hacia un placer infinito.
Casi sin querer, había descubierto así la postura con la que su pollón entraba más ajustado por ese exigente culazo. Fueron girando uno hacia otro sin dejar de amarse, hasta que Abel acabó encima de Jorge petándole el ojal, estampando la huevera en la raja de su culo. Cuando Abel le avisó de que se corría, Jorge le decía que sí con la cabeza, dándole permiso.
Jorge se quedó de rodillas en el suelo. Abel se pajeó en toda su cara. Con una mano le agarró por la frente y le levantó esa carita guapa hacia arriba, asegurándose la puntería. Del cipote empezó a manar leche caliente. Abel pegó el cipote contra la lengua de Jorge y le dio toda la comida. El temblor de piernas hizo que el cipotón lechero se desviara un poco, mojando de lefa los labios, el bigote y los morretes de Jorge, que se zampó la polla una vez más y se atrevió a hacer pucheros con su semen.