Con la excusa de compartir piso y buscar curro, el cazador alucinó cuando entró en el piso de Cano. No podía dejar de grabar su cara de malote guaperas, con esos ojazos color avellana brillantes, sus abundantes cejas, el pelito de una barba de un par de días recorriendo el controno de su carita, el bigotito incipiente por encima de sus labios y lo bien que le sentaba al cabronazo la camiseta rosa que llevaba, intuyéndose un cuerpazo.
Cano le enseñó las habitaciones y dónde estaba cada cosa. El piso era pequeño, aunque bastante apañado. También le contó acerca de lo que se hacía en el trabajo y lo que se ganaba. El cazador le propuso ganar lo mismo en apenas veinte minutos. Inclinó la cámara hasta su entrepierna y poco más tuvo que decir. Cano enseguida pilló la indirecta, como si ya se lo hubieran propuesto otras veces. Y es que estaba tan bueno que a saber lo que no le habrían ofrecido a este chavalote.
Le ponían los tipos duros que a pesar de enseñarles el fajo de billetes seguían diciendo que no, reafirmando su condición sexual, solo que al ver la plata ese no sonaba bastante diferente al de la primera vez. Cano estaría seguro de su heterosexualidad, pero el cazador también estaba seguro de que podía hacer tambalear esas convicciones con mucho tacto.
Por lo menos el chaval ya estaba abierto a hablar de guarrerías. Reconoció que se había grabado haciéndose alguna pajilla o follándose a una chica. Le regaló los oídos diciéndole directamente lo bueno que estaba y lo caliente que le ponía y subió al doble la cantidad de plata, añadiendo que no se enteraría nadie, que eso quedaría entre ellos dos.
Se quedó dudando, demasiado tiempo. Ya le tenía en el bote. Sólo hacía falta el remate final, enseñarle de nuevo el fajo, dejarle claro que iba a ofrecerle lo que fuera necesario hasta que aceptara. Lo consiguió. Cano terminó desnudo y comiendo de su polla. Se notaba que no había chupado una antes, pero el instinto le llevó a hacerlo bastante mejor de lo esperado.
Se tumbó en el sofá, dejándolo todo a la vista y poco a la imaginación. No estaba cachas, pero tenía un cuerpo bonito, con una pequeña pelambrera entre los pectorales, otra grande alrededor del ombligo y no digamos la que tenía rodeando la polla, un bosque de pelos negros. El rabo, que al principio por la timidez y la novedad estaba retraído y encapuchado como una oruga en su crisálida, enseguida despertó y se convirtió en una preciosa pollaza larga y grande con un deslumbrante cipote.
El cabrón se lamía la mano y se acicalaba el capullo mientras con la otra mano agarraba el rabo del cazador. Normalmente tras la mamada, el cámara se lo hubiera follado, pero quería ver a ese guaperas un rato más, retirar la mano de su verga y masturbarle él la polla haciéndole el trabajito. Que te la chupe un tio que nunca se ha metido una en la boca es alucinante, pero que te ofrezca su culo para que lo desvirgues a pelo, es la hostia.
Por unos miles de pesos, ese tio guapo, hetero confeso, estaba ahora de rodillas dándole la espalda, con las piernecitas separadas. El cámara miró bien sus pelotas entre las piernas, la raja de ese culito peludo e inexplorado. Hundió el capullo desnudo de su pene en el agujero consiguiendo un gemido de Cano que le puso cachondo, algo así como un aullido.
No la sacó. Los culitos vírgenes eran así de resistentes. Fue empujando lenta, muy lentamente. Cano le llamó hijo de puta y rechazó su polla, que a pesar de ver cómo se iba hundiendo, no había terminado de entrar. A la segunda fue la vencida. Esta vez empujó con algo más de fuerza. La polla ya estaba entre sus cachas. Se la endiñó hasta los huevos para asegurarse que se quedaba dentro y empezó a follárselo.
Le dio la vuelta, para verle al completo. Le encantó poder poner las manos en sus muslos, su rabo y sus cojones entre ellos, mirar su carita igual de guapa pero ahora llena de morbo. Como todos los tios, reconoció que le terminó gustando. El cazador se tumbó en el piso y le pidió que se corriera encima de su cuerpo. Cano se la peló y soltó unos buenos dispatos de lefa blanca y abundante que dejaron el torso del cámara con una hilera de semen desde la polla hasta el cuello.
El cazador no dejaba de mirar su guapísima cara, sonrojada por la follada y la corrida, sudada, sus ojazos más brillantes que nunca. Después miró su polla, todavía erecta, con un calostro de lefa supurando por la raja de su cipote. Le molaba tanto que le soltó un fajo extra de plata y le ofreció una segunda vuelta. Eso pocas veces lo hacía y es que había algo de ese chico que le enamoraba.