Acostumbro a estar con tios de lo más común, que llevan algún tatuaje o algún piercing, pero hoy voy a descubrir un tipo nuevo de chico, que lleva más tatuajes de lo normal, más piercing de los habituales. Me pregunto si Robert Royal me gustará, aunque la que finalmente va a decidir eso va a ser mi polla. Si noto que empieza a luchar contra la tela de los calzones, la cosa irá por buen camino.
No estar acostumbrado a tantos tatus me asusta y me cohíbe un poco. Todavía no siento nada. Robert se baja los gayumbos y se cruza de brazos. Tiene buena musculatura en los biceps y una pedazo chistorra que le cuelga por delante de los huevos, bien encapuchada y muy larga, más que la media de la de los últimos tios que he visto en los vestuarios estos días, incluyéndome a mí. Mi polla empieza a despertar. Va bien la cosa.
Robert se pone de lado. Sigue con los brazos cruzados. A lo mejor es mi mente que es demasiado lujuriosa, pero juraría que se le está empezando a poner dura. Le sigue colgando, pero ahora el rabo se ha separado de las pelotas y parece un plátano curvadito hacia abajo. Por un momento me he perdido en sus ojazos claros y cuando bajo la vista de nuevo, Robert ha dejado caer sus brazos a cada lado y la polla se le ha puesto tan dura como ya lo está la mía.
Se sienta y vuelve a cruzarse de brazos. Puedo ver perfectamente la forma de su huevera de piel rugosa, con las bolas pegaditas a la base. Un cilindro que me hace salivar, crece hacia arriba y se inclina hacia la izquierda, competamente descapullado ya, dejando a la vista un cipote igual de grueso que el tronco. Sólo me apetece una cosa, acercarme, plantar la cara encima y rebozarla por toda su dote como un cerdo.