Estaban entre cuatro paredes, pero frente a ese machote costarricense musculado, guapo y morenito, Vadim Romanov se sentía como si estuviera en el paraíso, con la playa de fondo, resguardados bajo unos cocoteros dándose el lote. Vaya cachas tenía ese cabrón. Se las palmeó fuerte con las manos. Miiothy Miio tenía un cuerpazo atlético que alegraba la vista.
La vista y lo que no era la vista. Miio enseguida se dio cuenta de que el gigantesco pollón de Vadim no iba a aguantar mucho más dentro de sus calzones, de hecho ya se le estaba saliendo el pito por un lateral. Vadim tiró de ese lateral para sacársela. Miio ya estaba receptivo, mirándole desde abajo, abriendo la boca y sacando su rosada y larga lengua. Le dio unos toquecitos sobre los morros y dejó que su polla se hundiera dentro de esa bocaza.
Era indudable que a ese tio guapísimo se le daba de putas madre amasar rabos entre sus gruesos y apetitosos labios. A Vadim le puso tan cachondo eso, además de las magníficas vistas que tenía de su cuerpo arrodillado, que le agarró por el cogote y la barbilla y le fusiló la boca a pollazos. Miio abrió la boca para recibir su misil en varias tandas y para facilitar la tarea, Vadim le proporcionó munición de saliva a mansalva, tanta que a Miio le chorreaba por la barba y le caía en hileras entre sus pectorales.
Ahora que tenía los morritos empapados en sus babas y con sabor a su polla, aprovechó para pasear el rabo entre sus labios. Qué ricos estaban, qué suaves, qué resbaladizos. Vadim se levantó la polla acercándola a su estómago y dejó vía libre para que Miio le comiera los huevos. Primero se los rechupeteó bien con la lengua y los labios y después se los succionó uno a uno haciéndolos destacar y sobresalir de la bolsa que los contenían.
Vadim se sentó en la cama y Miio se acercó gateando entre sus piernas. Se fijó en sus pezones. Los tenía firmes y duros. Miio le había cogido el placer a sus huevos y no los soltaba. Mientras se los comía, la enorme polla de Vadim destacaba contra esa carita morena y se mecía de un lado a otro al compás del huevo que le estuviera merendando en ese momento.
También se fijó en la barba de pelos morenos y fuertes. Algunas de sus babas todavía estaban allí, como si fueran pegotes de lefa. Le miró a los ojazos, la sonrisa de su boca que tan feliz le hacía, lo bien que le comía el rabo con esa boca grande jalando un pollón a medida. Todos esos detalles hacían que la verga de Vadim permaneciera firme y dura como un roble. Con razón se sentía como en el paraíso.
Preparado o no, le tumbó sobre la cama, le dejó la cabeza justo en el borde, puso la mano sobre su garganta y le hizo un gag the fag hasta que la saliva empezó a salir espesa y lechosa por su boca. Cuando le levantó la cabeza, tenía ya más barba blanca que negra. A cuatro patas sobre el colchón, le metió la barra a pelo por el culo y cómo se la zampó el cabrón, incluso meneaba el culo hacia atrás para tragar más.
Vadim se inclinó hacia a él y le comió la oreja. Aprovechó para olerle los morretes. Olían a él, era suyo. Tenía mucha hambre de rabo y se notaba en sus movimientos, culeando hacia atrás, poniendo sus piernas sobre las de Vadim, incitándole a darle duro. Sus deseos fueron concedidos. Vadim se puso en plan cabrón como sólo él sabía hacerlo y le metió barrena follándoselo a fondo. Ahora sí qué dolía, ¿eh cabrón? Miio se echó la mano hacia atrás y se acarició el agujero, dolorido.
Nada que no se pudiera arreglar con un buen salivazo y mucha maña. Vadim le dejó el ojete igual que los morros y se la metió por completo, taponándole el agujero del culo con los huevos. Ale, ahí, como si nada, veintidós centímetros de polla gruesa y dura insertados en la ranura. Miio se puso bocarriba, se agarró las nalgas separándolas y se quedó embelesado mirando todo ese pedazo rabo penetrándole una y otra vez.
Elevó las caderas. Estaba dispuesto a que le reventase el ojal taladrándole a pleno rendimiento. Vadim paseó su gigantesca verga por la raja del culo y la metió dentro sin condón. Los momentos de dolor en que sus manos iban a los muslos con la intención de que fuera más despacio, se intercambiaban con los de placer en que dejaba caer los brazos sobre las sábanas y cerraba los ojos gimiendo del puto gusto.
El momento que más temía y que a la vez más le gustaba a Vadim llegó. Tempor porque le gustaba tantísimo que tenía que tener mucha concentración para resistirse y contener la leche en los huevos. Miio tomó asiento sobre sus piernas y se enfiló la verga por el culo. Joder, es que menudo culazo tenía el cabrón, vaya pandero de lujo, un pajea pollas a lo bestia.
Y si solo fuera eso, pero es que además lo estaba cabalgando de frente, así que todo el pollón moreno, gordo y enorme del costarricense no hacía más que rebotar, impactar y rebozarse calentito sobre su torso. Había que tenerlos muy bien puestos para aguantar y no dejarse llevar por las fantasías. La bestia parda que Miio llevaba entre las piernas había despertado y de qué manera.
Gordísima, larga, enorme y con un cipote grueso y rosáceo que destacaba sobremanera. Digna del tamaño de la de un africano. Que hiciera el avioncito sobre su polla clavada y le diera la espalda no arregló mucho las cosas, porque se inclinó y empezó a zamparse el rabo por el ojete del culo con un hambre intensa. Demasiado placer. Parecía un succionador de rabos pretendiendo sacarle toda la leche y estaba a punto de conseguirlo. Y encima podía sentir el calor de la dura polla de Miio rozándole los muslos.
En un arrebato, Vadim cambió las tornas y tomó el mando de nuevo. Miio se dejó caer por un lateral de la cama. Tenía el culo entre la pared y el colchón, en volandas, pero el resto de su cuerpo estaba en el suelo, agarrado a un mueble que había cerca. Vadim, con los pies en la cama y las manos en el mueble, se marcó unas flexiones follándole el culo antes de regresar a una posición más cómoda para que los dos pudieran correrse a gusto.
Se la metió bocarriba mientras Miio se la pelaba. Menudos manotazos se pegaba el colega, cubriendo con su manaza semejante pija, desplazando el pellejo de la base a la punta dándose placer sin dejar un solo centímetro sin pajear. Un par de lefotes salieron volando hacia su derecha desapareciendo sobre las sábanas. De la corrida apenas quedó un pegote en el fondo de su ombligo, una pulsera blanca en su muñeca y el cipote lechoso.
Vadim sacó la polla de su culo y gateando de rodillas se acercó a su cara. Antes lo que tenía en la barba era saliva que parecía leche, pero ahora iba a tener la de verdad. Sorprendió a Miio con un pajotazo lechero que le dejó con la boca abierta, la barbita pringosa y ciego de un ojo llorando lágrimas de semen. Vadim deseó haber tenido unos huevazos con más capacidad de leche cuando Miio hizo lo que hizo.
Le miró desde abajo con esos ojazos llenos de vicio, le sonrió, sacó la lengua sosteniendo en ella la lefa que en ese momento le colgaba a Vadim por la punta del rabo, escondió la lengua llena de su semen en la boca y, al abrirla, un poso de leche espumosa rodeaba sus gruesos y sensuales labios. Vadim se estrujó la polla y acercó la raja del cipote a su barba, dejándole encima el último rastro de esperma.