Algo no le dejaba dormir. Elliot Finn daba vueltas y más vueltas en la cama cuando la noche no había hecho más que comenzar. Tenía dentro el gusanillo que le había estado rondando la cabeza todo el día, ganas de quedar con algún tio en algún sitio apartado y hacerlo, de ir al local que quedaba a tres manzanas y que todavía continuaría abierto durante varias horas y lanzarse a la aventura de probar el rabo del primer desconocido que se le cruzase por delante.
Se levantó convencido cuando todos ya estaban dormidos, se vistió y salió a hurtadillas de casa en dirección a ese local. Una vez cruzó sus puertas supo que ya no había marcha atrás. No sin nervios y tragando saliva, tras pagar su entrada preguntó al dependiente dónde estaban los glory hole. Era la fantasía que tenía en mente, arrodillarse y comerse un pollón fuera donde fuera y hasta no verla cumplida no podría pegar ojo.
La segunda puerta que cruzó fue la de los glory. La habitación estaba en penumbra, pero podía ver un tablón con un agujero desde el que un tio le miraba. Le perdió de vista. A los pocos segundos, mientras él se quitaba la camiseta, Dakota Payne pasó la polla y los huevos por el hueco del tablón. Elliot estaba nervioso. Fue tocar la polla, lamerla con la lengua y sólo entonces una tranquilidad de deseo cumplido, de travesura realizada, se adueñó de su cuerpo.
El pollón que se estaba comiendo era bien largo y grande y le hacía salivar. Los cojones que antes colgaban por el hueco, ahora se quedaban apretaditos contra la base y el tio que había al otro lado no paraba de culear follándole la boca. Podía escuchar sus gemidos de placer. Dakota puso los ojos en blanco y se pegó contra la pared, satisfecho con esa boca que tan bien se la estaba mamando.
Elliot sólo había ido a comerse un rabo, pero una vez allí, sintió la necesidad de satisfacer otras necesidades. Se levantó, se dio la vuelta, cogió esa enorme polla y la insertó dentro de su culo sin condón. Los gemidos de Dakota desde el otro lado se intensificaron al notar cómo su pene entraba por un agujero la mar de apretadito. Tuvo que agarrarse a los laterales del madero para no acerse. En una situación así, lo mejor era conocerse.
Cruzó al otro lado de la pared y la alegría fue mayúscula al ver que el chaval estaba tan buenorro y era tan guapo como él. Se fueron juntos a follar a una esquina donde había un cómodo diván para esas ocasiones. Dakota era ya perro curtido en esos lares, por eso era capaz de reconocer en la mirada de Elliot, determinada, perdida y llena de vicio, mientras el chico saltaba sobre su polla, que era la primera vez que acudía a un sitio de esos.
Se lo apretó contra la pared y se lo folló a lo loco. Elliot le avisó de que se corría, pero él lo hizo antes, sacando la picha, lefando los huevos y los muslos del chaval y, cuando todavía se estaba corriendo, volvió a meterle el rabo por el culo. ¿Desde cuándo no se corría ese cabrón? Elliot soltó un manguerazo digno de leyenda. Parecía que un bombero acabara de accionar la manguera o que un pintor hubiera lanzado un brochazo. De repente por la polla salió un chorrazo largo que mojó la cara de Elliot y pintó la pared negra que tenía justo detrás. Dakota acudió raudo a comerle la polla por si cazaba algo. Miró a ese corredor de fondo. Tenía la cara sudada mezclada con su lefa, que le caía como gomina por las patillas. Para Dakota esa corrida fue todo un halago.