Si Viktor Rom hubiera sido un poli, nadie hubiera sospechado del pedazo bulto que se marcaba apuntando hacia su cadera. Pero no lo era, y el que fuera casi desnudo, apenas ataviado con unos calzones tipo sleep blancos, tan apretados que no dejaban lugar a la imaginación, dejaban bastante claro que ese paquete no era el de una pistola, sino el de una enorme pirula bien gorda.
Aunque no era poli, se acercó a Mars Gymburger como si fuera uno, pavoneándose con las manos en la goma de los calzones. Quería acorralar a ese ladrón de pollas y no había nada mejor para hacerlo que ponerle las joyas justo delante de los ojos. Cómo podía resistirse un ladrón a semejante provocación. Viktor se sacó la verga, completamente dura, y se la puso a Gym justo en los labios para que empezase a mamar.
Una media sonrisá se dibujó en la cara de Viktor al ver lo bien que se la chupaba. Mars pocas veces había visto algo tan gordo y grande entre las piernas de un tio. Le gustó tanto ese rabo que se sorprendió a sí mismo comportándose como un auténtico cerdaco. Relamió el pollón desde la base empinándolo hacia arriba mientras Viktor no paraba de lanzar desde arriba unos gapazos que caían directamente sobre su rabo pringándolo de babas, salivazos tan espesitos que Mars quiso imaginar que eran la corrida de otro tio dejándose la lefa sobre ese trabuco bestial.
Tiró de la goma de los calzones hacia abajo para ver bien esos huevazos que le colgaban. Cada uno del mismo grosor que la polla, cargaditos de amor. Viktor le cogió con las dos manos por detrás de la cabeza y le impulsó hacia su cuerpo obligándole a tragar. Mars notó cómo el hueco que formaba su boca abierta se ensanchaba más y más a medida que se la metía hasta el fondo. El cipote penetró por su garganta un poco y la minga se quedó atravesándole la boca, separando su lengua del paladar, dejándole la cara roja y sin respiración.
Le bajó un poco más los gayumbos, a la altura de los muslos. Se quedó mirando a ese macho empotrador que estaba de vicio. El pollón empitonado mirando hacia arriba, lustroso y brillante, con ese pellejo morenote lleno de venas y un cipote reluciente. Los cojones colgándole en esa bolsa de piel rugosa de melocotón. Acercó la carita y le esnifó todo el miembro, la relamió dejando que todos sus sentidos se recreasen con ese momento y se la metió dentro de la boca.
Un, dos, tres, cuatro, cinco, séis, siete, ocho, nuevo y diez. Viktor empezó a contar cuando le encajó la polla hasta el fondo. Le gustaban los tios duros que aguantaban la respiración y se superaban. Once, doce, trece, catorce, quince, dieciséis. Vaya que si se estaba superando. Y tras cada conteo, se aseguraba que salía una buena cantidad de saliva para lubricar su polla.
Muchos tios adoraban apretar los labios del chochito de una tía, formando lo que ellos llamaban una hamburguesita. A Viktor le gustaba hacer lo mismo pero a lo grande, con el culazo de un hombre. El ojete de Mars comenzó a palpitar al sentir los escupitajos que Viktor le lanzaba directos al agujero y después su lengua, que se posó en la parte inferior de la raja de su trasero y fue subiendo dejándole el hueco preparado para una buena follada sin condón.
Pero por el tamaño de polla que se gastaba, Viktor sabía que no era suficiente con un lametazo. Si quería asegurarse de que un ojete jamás rechazase su rabo, tenía que trabajarse el hueco donde iba a meterla y nunca se arriesgaba a meterla hasta que la raja del culo chorreaba saliva. Lengua, aliento, pasión por comer culos, mucha maña y empapados con las babas colgando, así los dejaba, preparados para la acción.
Pudo escuchar el gemidito de Mars cuando apenas le había rozado el agujero con el cipote. Mars abrió las puertas de atrás dejando pasar el primer tercio del enorme pollón. Viktor tuvo que ganarse el resto, empujando hasta hacer tope con sus caderas en ese pomposo y escultural culazo tragón metiéndole otro tercio y empezó a follárselo.
Qué rico penetrar su hamburguesota. No tenía lechuga ni mahonesa ni mostaza, pero Viktor estaba picando carne de puta madre ahí dentro, con pico y pala. Sabía que ese culazo podía aguantar mucho más de lo que aparentaba, así que le sacó la verga, apuntó con ella hacia el agujero y se la metió enterita a lo bestia, una y otra vez, empitonándole, hasta que Mars empezó a negar con la cabeza, cerrando los ojos, pensando cómo era posible que un tio tuviera semejante polla tan gorda, dura y caliente entre las piernas como para joderle de esa forma tan demencial.
Pasado el umbral del dolor ya sólo quedaba vicio. Mars echó el culete hacia atrás y se folló la polla metiéndole una buena pajeada. Se la volvió a pajear, pero esta vez sentado sobre esos muslacos fuertes. Ahora que estaba con las piernas más abiertas, podía sentir el poder de ese pollón inmenso descubriéndole un placer indescriptible que hasta entonces no había tenido el gusto de conocer. Pudo sentir ese pedazo de carne en cada centímetro de la oscura, caliente y tragona caverna de su ano.
Se dio la vuelta y siguió saltando, dejando que Viktor disfrutara de su culo tragándose su polla, haciéndola desaparecer como un mago ladrón de rabos. Al sacarla de su culo, el trabuco se le quedó rebotando en el vientre, empinado, mojado y brillante. Viktor le tumbó bocarriba, dejando su culazo abierto y preparado en un cojín que ya estaba bien empapado de una mezcla de flujos varoniles que hubieran hecho las delicias de cualquier cerdo. Saliva y sudor mezclados con precum y olor a rabo y culo follado.
Mars puso las piernazas abiertas en U, todavía con los calcetos largos puestos. Mientras Viktor le empotraba el ojal como una bestia, él se llevó una mano ahí abajo. Algo le decía que tenía ya el contorno del ojete bien rojo. Viktor le cogió de la goma de los calzones como si fueran las riendas de un caballo y siguió castigándole ese agujero hasta saciarse.
Ese ladrón de rabos merecía un castigo ejemplar. Le hizo arrodillarse suplicando el perdón por todas las fechorías cometidas, por tener ese culazo tan exuberante que hacía que los tios se volvieran locos dentro de él y se pajeó encima de su jeta. El primer lefote salió volando y se depositó entre su labio inferior y su barbilla. Cuando el siguiente lechazo rozó sus pectorales, Mars abrió los ojos para no perderse ese espectáculo y comenzó a pajearse también de forma descontrolada.
Esperó a que Viktor dejara la mano un poco quieta para chuparle el cipote y le miró haciendo unos pucheros con la lefa saliendo de su boca. No quería tragar, quería recrearse con el saborcito de la leche en su lengua, los pegotes en la comisura de sus labios y los pelitos de la barba pringados. Viktor se retiró a la ducha y le dejó que hiciese su soñada paja a solas. Antes de desaparecer por la puerta del baño, miró hacia atrás.
Mars estaba de rodillas en el suelo, cascándosela, con los ojos cerrados, disfrutando con el semen de sus huevos, relamiéndose como podía todo lo que había quedado en su bigote y su barbita, sosteniéndolo sobre su lengua, escondiéndolo en la boca y volviéndolo a sacar. Estando en la ducha, Viktor escuchó los gemidos de su corrida. Al salir, le pilló con la cara hacia arriba, la boca abierta y la lengua por fuera. Un colgajo de semen calentito chorreaba por sus dedos a punto de caerle encima.