Todavía no había entrado el fotógrafo por la puerta y Gabriel Nash ya estaba haciendo flexiones, preparando su cuerpo para que luciera exuberante frente a la cámara. El cabrón estaba cuadrado, todo puro músculo, un torso grandote y amplio de estos que da gusto que te abracen, unos abdominales firmes y se le marcaba un buen trasero por debajo de los vaqueros.
No llevaba pantalones muy ajustados, así que mientras hacía abdominales, la holgura de la cintura permitía ver cómo esos pelitos morenos bajo su ombligo se internaban más adentro, lo que le hacía a uno volverse loco imaginando cómo tendría de poblada la base de la polla y su tamaño.
Su atractivo venía dado no sólo por su escultural cuerpazo bien trabajado a conciencia, sino por su cara excitante y varonil. Ojos castaño oscuro, labios gruesos, pelito rapado por los lados, cejas pobladas. Se desabrochó la bragueta y retiró las solapas del pantalón hacia los lados como si despojase a un plátano de sus capas, dejando ver el triángulo invertido de la pelambrera de su entrepierna y ahí en medio, colgando y todavía sin enseñarla entera, su rabo flácido bien gordo.
No tardó en quitarse los vaqueros. La bolsa de los huevos le colgaba que daba gusto, dando pequeños meneos entre sus muslos con cualquier movimiento que hiciera. Y por delante de ellos, el rabaco colgando, descapullado. A cada golpe de flash, se le fue levantando y creciendo hasta convertirse en un pollón destrozaculos de los grandes y gordos de los que se hacía necesario pajearlos a dos manos.
Con el rabo tanto tiempo empinado, de alguna forma tenía que rebajársela antes de salir de la habitación. Acabada la sesión de fotos, empezó a cascársela de pie y terminó sobre la mullidita alfombra de pelo, frotando con fuerza su voluminosa pollaza hasta que los cojones se le pusieron por corbata a cada lado del rabo y empezó a escupir lefa.