Amar a un hombre mientras le metes la polla por detrás es fácil, pero si ese hombre se llama Kai Marcos, es un tiarrón búlgaro de más de metro ochenta y su cuerpo es una masa de músculos en potencia, a eso ya no se le llama amor, a eso ya se le llama vicio. Tim Kruger se acopló a su espalda y empezó a flagelarle el culazo con su polla abrazándose a su cuerpo. Tim se juró a sí mismo que no iba a parar hasta llenar ese culo de leche.
Se lo juró a sí mismo hasta que vio su boca con unos gruesos labios.
Le puso a comer rabo. Joder cómo se lo amasaba. Tenía la textura de un masturbador, solo que este era de carne y estaba calentito. Se la volvió a enchufar por detrás. Le daba gusto follarse a semejante macho a pelo por la retaguardia, escuchando sus bufidos, el tintineo de su cadenita de oro chocando contra sus pectorales, esa cara que giraba de vez en cuando con esa barba donde Tim ya había puesto el punto de mira.
Cualquier otro hombre no habría conseguido dar la talla dentro de un culo así de musculoso y grande. Por suerte Tim tenía una bandera de veinticinco, una que era lo que merecían esos traseros, para fijar fronteras. El agujero de su culo amasaba la polla igual de rico que sus labios. Era mejor que meterla en un fleshjack.
Soportar el peso de noventa kilos de músculo sobre su pecho no fue nada para Tim. Algo tenía el sexo que en cuanto tenías la polla cobijada dentro de un agujero, no había ni carga ni dolor y todo era excitante hasta decir basta. Tim le puso los morros a Kai como un cerdo, como si acabara de desayunar echándose toda la papilla encima, con la lefa blanca alrededor de su boca y los chorretes pegados a su barba, colgándole por la barbilla, resbalando por su cuello, pringando su cadenita de oro que ya había dejado de tintinear, sujeta ahora con pegamento del bueno asu cuerpo.