Cada día pasaba por la carretera a cuyos lados se construían esas casas grandes en las que a él le hubiera gustado vivir. Desnudito en bolas en verano, pudiendo tomar el sol en el césped y tirarse a la piscina, con un refresco esperando en la mesa cuando saliera del agua. Nacho estaba a punto de descubrir la vida padre que se traían más allá de los muros de una de esas casas tan apañadas.
Le ofrecieron un rato de esa vida, pasarlo bien con otro chico y dinero. Como para no aceptarlo. El otro chico era Kendro, alto, tatuado y que estaba buenísimo. Para cuando el cámara invitó a Nacho a bajarse las bermudas, él ya tenía la pija morcillona, ahí colgando voluminosa, larga y gorda, con un buen par de huevos colgando.
Se le empinó un poco más al ver desnudarse a Kendro, que también la tenía tremenda, pero terminó de crecerle del todo mientras se dirigían al banquito que había junto a una de la sporterías del improvisado campo de fútbol del jardín. El cazador les vio alejarse hacia allí, meneando sus traseros desnudos y se sorprendió al ver girarse a Nacho para sentarse, con toda la pija empinada y larguísima que le recordó al tamaño de la polla de un tio de color, igualita.
Menudo ojo había tenido. Se sentaron en el banco, cruzaron los brazos y agarraron rabo ajeno cruzando unas pajas. Nacho se inclinó y comenzó a jalar el trabuco de Kendro, que en segundos también se puso duro y recto al sentir la mano cálida del chaval, sus labios arropando su polla y el gusto que le daba con esa lengua experta y juguetona, todo el rabo retorciéndose alrededor de su gordo cipote.
Aunque la tenía tan grande que no le cabía por la boca, se las ingenió para recubrirla con su saliva, soltándola por la boca y dejando que cayera resbalando por el tronco. Era un succionador de pollas de la hostia. La forma en la que abría la boquita haciendo hueco para tragar a tope le ponía cachondo. Kendro le devolvió la mamada. Menudo pijote se llevó a la boca. No cabía duda de que los dos estaban muy bien dotados y se lo iban a pasar a lo grande metiendo goles.
Después de ver el gigantesco rabaco de Nacho, el cazador se pensó si no sería mejor hacerlo todo a la inversa de como tenía pensado, pero dado que ese chico pasaba por allí a menudo y ya habría otras ocasiones, no había necesidad de cambiar los planes, así que le ofreció un poco más de dinero a cambio de ponerse a cuatro patas sobre la mesa frente al banco y dejarse follar.
Recibió a Kendro por detrás, sin condón. Se quedó con los ojos cerrados, intentando digerir tantas sensaciones encontradas, las que le provocaba un buen pene entrando por su ano. Kendro se quedó así un buen rato, con la polla dentro de él, dejando que se acostumbrara. Después empezó a sacar y meter lentamente su miembro hasta que terminó agarrándole por las caderas y trajinándoselo sin compasión.
El cazador hizo un guiño a Kendro. Para qué esperar a otro día si además Kendro también lo estaba deseando. Nacho se sentó de nuevo en el banco. Su impresionante anaconda reposaba por su vientre, llegándole más allá del ombligo. Kendro le dio la espalda mientras se sentaba sobre sus piernas, la cogió por detrás, la inclinó hacia adelante y se la insertó por el agujero del culo.
Durísima, larga y gorda, le costó metérsela a la primera, pero al final su ojete cedió y quedó bien relleno. Primero la disfrutó tragando lentamente el rabo de principio a fin y después se autofolló saltando sin control, estampando sus nalgas contra las caderas de Nacho, clavándose su enorme polla bien adentro.
Kendro se dejó caer hacia atrás, con la polla en la mano pajeada mientras se corría. En ese momento Nacho le estaba agarrando por el muslo cerca de la ingle, sobándole las bolas y él también se llevó una ración de lefa caliente. El semen salía como lava blanca rezumando por el cipote, recubriendo toda la polla, resbalando entre sus dedos.
Nacho se sentó en el banco y se la peló duro. Era flipante el ritmo al que subía y bajaba la mano por esa larguísima tranca. Kendro le estaba besando en el cuello cuando él le avisó de que se venía encima, dándole tiempo a que acercase la boca a su cipote y se llevara un buen lechazo que le pringó los morros. Con los labios mojaditos y la barbilla impregnada en lefa, Kendro besó a Nacho y le dejó algunos pegotes. Ahora desnuditos a la piscina, pero la fiesta sólo había hecho que comenzar, porque el cazador tenía otro amigo muy especial para él.