Tenía buen ojo para los delgaditos. Iggy Lopez siempre acertaba y con Maksim Orlov había dado una vez más en el clavo. Se metió entre sus piernas y disfrutó como un enano dándose de hostias con ese pollón gordísimo de veinte centímetros sobre los morros. El choque de la polla contra sus labios húmedos emitía un poderoso sonido de rebosante masculinidad que le ponía perraco.
Había visto muchas trancas, pero pocas tan grandes, flipantes y voluminosas como esa. Aprovechó los pelillos de su barba de varios días y su bigote para rebozarla por encima, sin dejar de mirar fijamente al chaval, preguntándose cómo podía tener semejante miembro entre las piernas.
Se abrió para él tumbándose bocarriba, todavía un poco a la defensiva, con los brazos en alto, lo cual no era para menos cuando te están metiendo por el culo poco menos que una barrena. Gustazo y ojos en blanco mirando al techo cuando se la sacaba, rabia y dolor cuando se la metía entera y a pelo. Su rabo tampoco desmerecía. Largo y duro permanecía reposando sobre su vientre, con los huevos tan colgando que Maksim tuvo que cogérselos con la manos para que no estorbasen en la follada que le estaba metiendo.
Iggy se armó de valor y se sentó sobre sus piernas clavándose el mástil. Así en esa postura hasta le costaba metérsela, incluso dejando caer el peso de su cuerpo encima. La tenía tan gorda que le costaba tragarla por el ojete. Nada que no pudieran solucionar unos buenos empujones con el culete hacia abajo.
Tras varios minutos comprendió que jamás podría acostumbrarse a algo tan grande. Acabó besando el suelo, con el culo en pompa, sintiendo cómo esos veinte centímetros de carne dura le taladraban desde arriba. Ese cabrón le estaba dejando el culo rojo y tan abierto que no podría sentarse en días.