Llevaba un rato calentándole. Allen King se había subido a lo lato de la mesa del comedor, totalmente desnudo, insinuándose ante James Castle, que al ver los contoneos del chaval, meneando su precioso culazo, con los huevos y la minga colgando entre las piernas, además de retirar la vista de la tablet, tuvo que acomodarse en el asiento, porque se le estaba hinchando la polla que la tenía a punto de reventar bajo los pantalones.
Al ponerse de pie y acercarse a él, Allen dirigió la mirada hacia su paquete y no la apartó hasta emitir un suspiro de gusto al ver salir esa polla grande y gruesa que tanto le gustaba. Se inclinó un poco más y se la metió dentro de la boca. Era realmente gorda y lo que más le gustaba era lanzar una mirada lasciva a su dueño, plantar el cipotón sobre su lengua, notando toda su raja inmensa y empaparlo con su saliva.
Estaba caliente y muy dura. James acabó tumbado en la mesa y Allen encima de él, repasando todo su cuerpo a lametazos, esnifando sus sobacos peludetes, contagiándose de ese aire masculino que desprendía con esos pectorales musculosos y de pelo en pecho.
Se abrió de piernas para él y estratégicamente, mientras se lo follaba a pelo, elevó un poco el culete para poder verle los abdominales en tensión, bien marcados. Estaba requetebueno. Al darle la espalda, James le agarró las manos con las suyas aprisionándolas contra la mesa y le dio por detrás.
Sintió el peso de sus grandes cojones impactando contra la raja de su culo. Cuando dejó de sentir la huevera y las bolas se le pusieron en plan duro acercándose a la base del rabo, James se la sacó, se la meneó un poco y le soltó la leche en el pandero. Allen se arrodilló en la mesa, soltó la corrida sobre el pie de James y le lamió todo el pinrel hasta no dejar huellas.
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