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Santa Claus Sir Peter regala a Ken Summers una buena follada a pelo metiéndole su gigantesco pollón por el culo | Fucker Mate

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Ho, ho ho! Ken Summers siempre había sido un chico muy nervioso e impaciente cuando se trataba de la Navidad, algo que le había traído buenos quebraderos de cabeza y también mucho carbón. Como buen fan de Papá Noel, cada año no faltaba a la tradición de ponerse sus ropajes coloridos y su chaqueta de Santa Claus, sentarse al lado del árbol y preparar los regalos, pero según iba creciendo sus intereseses también iban cambiando.

Ya no le llamaban tanto la atención los juguetes y comom otros chicos de su edad, se pasaba casi el cien por cien del tiempo pensando en rabos, los cuales dibujaba en cada esquina de cada libro de texto en el instituto. Es por eso que este año, como todos los años, mirando al cielo, pidió su deseo, un buen pollón que llevarse a la boca en lugar de turrón y mazapanes.

Ho, ho, ho! Deseo concedido, Sir Peter Santa Claus, que ya estaba por la ciudad, entró en su casa y le regaló ese pollón grande que necesitaba, pero el pequeño Ken se llevó una desilusión al ver que se trataba de un dildo. Sí, muy grande, pero a su edad él ya necesitaba uno de carne, calentito, vamos, que ya iba necesitando que un tio le diera a base de bien para calmar sus picores. La pataleta de Ken no se hizo esperar y Santa no estaba como para aguantarla, que todavía tenía que meterse por muchas chimeneas esa noche.

No llevo nada más en el saco, chiquillo. Eso sí, tengo una mucho más grande, como la que tú quieres, pero debes prometer que no se lo contarás a nadie“, le hizo prometer Santa llevándose un dedo a la boca en señal de silencio. Ken se lo prometió asintiendo nervioso con la cabeza, esperando su regalo, aunque bien sabían los dos que al día siguiente en el instituto todos lo sabrían. Santa se bajó los pantalones rojos y un gigantesco trabuco larguísimo y bien gordo salió rebotando bien duro y tieso.

La cara de Ken mostró su asombro dejándole la boca abierta. Nunca había visto una de cerca. Es decir, sí las había visto, las de sus compañeros en los vestuarios, pero nunca una así de grande. Acostumbrado a verlas de un tamaño medio, jamás habría imaginado que algún hombre la tuviera de ese tamaño. Pero claro, pensó, Santa Claus no era un hombre normal, por lo tanto su polla tampoco lo iba a ser.

Se quedó mirándola fijamente, embobado. La agarró con una mano, o lo intentó, porque era tan jodidamente gruesa que no la podía abarcar entera en todo su diámetro. Le cogió a Santa por los huevos con las yemas de los dedos y se la zampó. La escupió encima, intentó tragársela hasta colarla por su garganta, era tan pesada y grande que la cogió y se dio unos azotes en la cara, por ser tan cerdaco y tan malo.

Joder, qué pollón. Para él, que enseguida se aburría con los regalos, de ese tenía claro que nunca se iba a cansar. A su edad, más pendiente del cuánto te mide que de otra cosa, plantó la mano en la base de la polla, la otra encima y todavía quedaba hueco para parte de otra mano. Calculó a ojo que ese rabo debía medir alrededor de veintitrés centímetros, pero no era sólo la longitud, sino la robustez de ese tronco lo que le hacía apetitoso a la vista. A partir de ahora, tendría eso en cuenta.

Santa tomó asiento en el suelo de su casa. Ken no podía creerlo, pero seguía absorto con su enorme polla. Estaba encantado metiéndole una buena paja, apretándola bien en su puño, corriendo el pellejo de su rabo hacia arriba y hacia abajo, recubriendo su glande con él, llenándola de babas. Se preguntó si habría sido el primero en comerle la polla a Santa. Si fuera así, se sentía privilegiado.

Esa nochebuena lo iba a cambiar todo. En unos minutos se convertiría en un hombre, en cuanto Santa le hubiera desvirgado. La propuesta no tardó en llegar a sus oídos. En cuanto le propuso meterse en su interior y llenarle de sueños, Ken dijo que sí sin miramientos. Hacerse unos dedos en la ducha o cruzar pajas con los colegas no contaba. Uno no perdía la virginidad hasta que recibía una buena polla por el ojete o la metía por uno.

Tampoco contaban los dedacos grandes y gordos de Santa penetrando su culo, pero él ya los sentía como pollas. El lugar junto al árbol ya nunca sería el mismo. Ahora ya no lo recordaría como ese sitio en el que preparar los regalos, sino el lugar donde se puso a cuatro patas y Santa desvirgó con su gigantesca tranca su precioso culazo. Vio levantarse a Santa, que enderezó su polla con el pulgar para dirigirla hacia su agujero y le metió toda la barra gorda dentro.

Ahí estaba, gozando como un perro, sabiendo que ese día marcaría el principio de algo grande, porque tenía claro que la polla de Santa no sería la primera ni la última en joderle por detrás. Cuánto gusto daba. Se preguntó cómo hostias algo tan grande podía caberle por el agujero del culo, pero cabía y no había más vuelta de hoja. Las piernas le temblaban de placer, con la intensa traca que le estaba metiendo por detrás, sus rodillas se habían separado por inercia, dejándole el culete más abierto.

Hasta ahora sólo había pensado en sus necesidades y es que ser desvirgado requería toda la atención para uno mismo, pero se dio cuenta de que Santa también tenía las suyas. Las intuyó cuando le puso el culete en el puff en lo alto y le reventó a pollazos taladrándole desde arriba, metiéndosela entera, aplastando sus calientes y gordos cojones contra las nalgas de su culo. Pues sí, Santa también tenía sus necesidades.

Entonces se dedicó a darle placer, porque si le tenía contento, quizá viniera a hacerle una nueva visita para reyes. Santa se tumbó en el suelo, se calzó el pollón en vertical y Ken hizo una sentadilla sobre sus piernas empalándole todo ese pedazo de verga enorme, centímetro a centímetro, sintiendo todo ese poderoso trabuco gordísimo desgarrándole el ano. Siguió bajando hasta tener el culete bien sentado en sus muslos, hasta tragarse toda la polla con el ojete.

Sólo entonces empezó a saltar, a pajeársela, a dejar espacio suficiente para que Santa le endiñara unas buenas culeadas desde abajo. Así fue como Ken se cascó una paja y se corrió de gusto junto al árbol de Navidad, con el pollón de Santa dentro de él. Santa le preguntó si quería ver la nieve. Ken ya iba a ponerse la ropa para salir fuera, pero no era ese tipo de nieve.

Santa le hizo una señal para que pusiera la cabecita cerca de la polla y se pajeó hasta soltar un desgarrador gemido. Empezó a soltar lechazos y en mitad de la corrida se soltó la verga para que Ken la cogiera y continuara. Ken no sabía muy bien qué hacer, pero la cogió con su manita y se la siguió pelando, mirando con vicio cómo el semen protaba de la raja de su cipote y caía en grumos resbalando por la parte superior de su polla. Sacó la lengua, le lamió el pito y saboreó toda su lefa. En cuanto Santa se hubiera ido, esa noche iba a dormir como un bebé, desnudito junto al árbol de Navidad saboreando la lechecita de macho dentro de su boca, sonriendo mientras escuchaba tras las ventanas el ho, ho, ho!

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