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Leo Rosso abre a pelo el culo del guapísimo Pol Prince con su gordo pollón y se deja follar por su largo y precioso rabo | Men At Play

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Nunca antes Leo Rosso se había sentido tan atraído por alguien. El encargado del almacén miraba a su nuevo empleado Pol Prince desde la ventana de su despacho. Qué bien le sentaba el traje con corbata a ese guapísimo cabrón, pero aunque no hubiera llevado traje, habría conseguido ponérsela igual de dura que la tenía ahora. Menudo porte y esa carita tan enamoradiza enmarcada en una barbita areglada, ojazos, labios gruesos que se hacía difícil mirar sin desear besarlos.

Leo se sacó la polla gorda por la bragueta y se levantó para seguirle con la mirada a medida que Pol hacía inventario por los pasillos. Pol creía que su jefe le estaba vigilando, porque no veía lo que estaba ocurriendo de su cintura para abajo y en cierta forma sí estaba siendo vigilado, pero bien vigilado, con una mano dándole al rabo.

No pudo resistirlo, el chaval era demasiado guapo como para no intentarlo. Bajó al almacén y le preguntó si ya había terminado, porque todavía le quedaba por inventariar una cosa más, una grande y bien tocha. Pol frunció el ceño, preguntándole que era esa cosa. Leo miró hacia abajo a su paquete y luego le miró a él. No le hizo falta decir más. Se notaba que el chico estaba más que acostumbrado a vérselas con jefazos así, porque enseguida le echó mano al paquete y se lo sobó a la vez que le metía un morreo.

Probar los labios de Pol fue un subidón de los grandes, así que cuando le vio allí agachado, de rodillas, sacádnole la verga, metiéndola dentro de su boca, chupándola entre esos labios preciosos, mirándole a los ojos, casi se corrió encima. Intentó aguantar cerrando los ojos y echando la vista atrás. Luego le devolvió la mamada y lo flipó con la pedazo polla que se gastaba el chaval. Encima de guapo, pollón.

Le bajó los pantalones y le puso de espaldas contra la escalera metálica. Sin condón que la encajó dentro de su culo, pegando bien las caderas a sus nalgas, quedándose allí dentro un rato, con su polla completamente metida dentro del agujero. Le folló, le hizo gemir. Tenía muchas ganas de correrse, pero también quería aguantar para seguir disfrutando de ese chulazo. Le tumbó en las cajas y mientras se lo zumbaba le abrió la camiseta. La visión de ese cuerpazo musculado y atlético con el pecho peludito le recargó los huevos con una buena dosis de leche.

La única forma de seguir sin acabar era ofrecerle su culo y así lo hizo. Se sentó en sus piernas dándole la espalda, clavándose su larga polla y dejando que Pol le agarrara por la camisa como si fueran las riendas de un potro. Plantando las manos en sus muslazos fuertes y velludos, saltó con fuerza, castigándole el rabo a pajotazos.

Cuando la sintió super dura y los gemidos de Pol se intensificaron, se agachó y le masturbó el pollón hasta que el guaperas descargó toda la lefa en sus morros. Le miró a la cara y estaba tan bueno que no podía dejar de comerle la minga recién corrida, de rechupetear y tragarse toda su leche. Ese entrecejo fruncido que todavía revelaba que estaba descargando, sus ojazos, su boca entreabierta.

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