Palmaditas en el trasero durante un partido de fútbol, efusivos abrazos tras la victoria del equipo local, pasar un brazo por encima del hombro cantando y bebiendo en una loca noche de fiesta. A Ray Crosswell le ponían cachondísimo las muestras de afecto entre los varones, pero de entre todas, una de las que más le gustaba era esa que ahora tenían Gabriel Phoenix y Gustavo Cruz con él, chocando esos cinco, mirándose y soriendo, animándose el uno al otro mientras le follaban el culo a pachas.
Justo en ese momento estaba bocabajo, taladrado a pelo por el enorme pollón de Gustavo, que estaba hecho un buen empotrador. La dura minga de Gabriel apretada contra su pecho y la cara pegada a sus pectorales peludetes como si le estuviera amamantando la tetilla. Gabriel le cogió la cara con ambas manos, le miró fijamente y con esos ojazos le pidió que aguantara, que después del dolor vendría la felicidad.
Estaba Ray como para pensar. Con esa cacho polla atravesándole el ojal, hacía ya tiempo que había perdido la cordura y se había entregado por completo a esos dos machos que hacían lo que querían con su boca, su trasero y con su cuerpo. Instantes después, Gustavo salió de su interior, con las dos manos le agarró el culete y se lo puso hacia arriba. Gabriel se puso de pie sobre la cama, inclinó su duro pollón hacia abajo y le taladró el agujero.
La de Gabriel, aunque de menor tamaño, le daba mucho gustito y le hacía gemir igual de alto. Llegó un momento en que no sabía quién hostia le estaba metiendo polla. Se sintió como un puto recipiente en el que colarla por un agujero mientras esos dos se daban el lote a sus espaldas. Sí que se fijó en sus caras mientras le vertían toda la leche encima. Era otra de sus muestras de afecto preferidas y la más íntima, ver esos gestos de dolor y un gusto enorme en el semblante del tio que te entrega su lechecita.