Oliver Hunt recordaba sus baños de niño mucho más inocentes de lo que estaban siendo esa mañana. Una mano agarrando una esponja que frotaba su cuerpo, el patito de goma, la pilila en forma de cacahuete. Casi veinte años después todo eso había dejado paso a algo totalmente distinto e igual de digno para ser recordado. Los brazos de Tomas Brand abrazándole fuerte mientras le atraía hacia él, lo sentaba sobre sus piernas y le metía la polla a pelo por el culo.
Estaba encantado de ser poseído por un tiarrón tan veterano, atractivo, cachas y grandote que además gastaba una soberana tranca bien gorda capaz de abrirle todas las cerraduras, aquellas que aún quedaban cerradas. Se fijó en sus expresiones, como si le hubiera metido una preñada, algo que Oliver no podría distinguir porque lo estaban haciendo dentro del agua y tenía ya el culo mojado.
Un veterano de guerra no se corría tan pronto y estaba a punto de descubrirlo. Aquello había sido tan sólo el comienzo. Con la polla encajada dentro, Oliver se tumbó bocarriba en la cama y empezó a culear con ganas masturbando ese pollón que parecía no tener límites, ni de longitud, ni de aguante. Parecía como si pudiera hacerle cualquier perrería, que seguiría aguantando firme y duro. Terminó por darse por vencido y montar sobre su daddy mientras Tomas le agarraba la larga pija y se la pajeaba entre sus manos grandes, varoniles y fuertes. Con una manaza así de grandota, Oliver vio su polla pequeña por primera vez, pensando que al final, qué era grande o pequeño, lo determinaba compararse con algo mucho mayor o menor.
No contaba con que el tiarrón iba a ponerse a cuatro patas delante de él para que se lo follara. Verle tan grandote, musculoso y apetecible, le puso el pito durísimo, aunque sabía que la tarea de dar placer a ese culazo igual de enorme se iba a antojar épica. Para Tomas, follarse ese culito respingón suyo con la cacho verga que gastaba, había sido algo fácil, incluso indecente. Lo de Oliver era otro cantar.
Pero la tenía larga, había tenido buenos maestros y, aunque la mitad de su rabo se quedó a las puertas del agujero, frotándose contra la enorme raja del culo, logró cumplir la tarea con creces. Eso sí, tuvo claro que con un hombretón así, era mejor recibir que dar, así que volvió a tumbarse, abrirse de piernas y se dejó follar a pelo hasta que le vino el gustillo y se corrió a base de perdigonazos sin dirección alguna, una lluvia de lefa corta pero tan intensa que no sabía ni por dónde venía la leche. Una corrida de juventud que contrastó con el chorrazo caldoso y bien avenido que Tomas le lanzó sobre el puño, la polla, los huevos y la entrepierna.