En ocasiones, el amor aparece en los lugares más insospechados y, aunque una carrera por coger el vagón del metro haciendo parkour sorteando a gente, escaleras y barandillas, pudiera parecer un ambiente poco propicio para encontrarlo, que un traspiés haga caer a un tio encima tuyo, os miréis a los ojos y os entren ganas de comeros a besos y mucho más, hace que uno crea en las casualidades.
Ricky Donovan y Adrian Hart además van a la misma boda, son los padrinos del novio y juntos recuerdan precisamente el encontronazo que tuvieron años atrás justo en el mismo lugar, cuando entonces no se conocían de nada, tomaron asiento como ahora, uno al lado del otro y se pasaron todo el viaje magreándose los paquetes, sin terminar de culminar pero con las pollas bien duras debajo de los vaqueros.
Ambos creyeron o querían creer que fue un momento de calentón y nunca volvieron a sacarlo a colación, pero ahora no tenían motivos para seguir reprimiendo lo que sintieron en ese momento. Ricky se moría por el cuerpazo de Adrian, con ese torso de abdominales marcados, sus pezones grandes y morenoas como guindas del pastel de sus fuertes y curtidos pectorales. También por su culazo, que tan bien ajustado se veía por debajo de los calzones de algodón grises que llevaba puestos.
Lo que Adrian quería estaba más abajo, colgando. Hizo sentarse a Ricky, se metió entre sus piernas y le redimió toda la polla. Adoraba los rabos así de largos, calentitos y morcillones, ni excesivamente blanditos ni muy duros, para poder hacerlos crecer a mamadas. Cuando Adrian se levantó para darse la vuelta y sentarse sobre sus piernas para ser follado, Ricky se fijó en su polla. Joder, no sabía decir quién de los dos la tenía más grande, pero se llevaban poco. Además de la de Adrian era preciosa, surcada de venas y con ese cipote rosáceo que decía “cómeme“.
Aprovechó que ya lo tenía ensartado con el rabo a pelo dentro del culo para cogerle el miembro con la mano y masturbarle. Un tio no debía reprimir el gusto de tocarle la polla a otro si le molaba y este se dejaba, así que eso es lo que hizo para satisfacer su deseo. Calmada en parte la curiosidad, fue libre de cogerle por los muslos y pegarse el atracón padre penetrando su ano, pero necesitó chupársela.
Nunca imaginó que con un par de mamadas y algo de pajeo pudiera ver crecer tanto una verga que ya de por sí era grande. Completamente dura era un espectáculo. Más larga todavía, más gorda. La soltó para ver cómo colgaba la muy puta y se quedó embelesado y babeando viendo cómo cilimbreaba de un lado a otro, ligeramente curvada hacia la derecha.
Fue un placer arrodillarse ante ese tiarrón, cogerle la polla con la mano y a base de paja y mamada dejársela bien brillante. Decidirse entre polla o culo no era una opción, pero Adrian se lo puso fácil. Era un chico que se dejaba amar. Le infló el culo a pollazos, culminando por fin aquel calentón que comenzó años atrás, si bien se arrepentía porque follárselo a cuatro patas sobre el sucio suelo del vagón hacía que no pudiera ver cómo esa pedazo minga que tenía colgando se meneaba como el badajo de una campana entre sus piernas.
Con suerte sus corridas se confundirían después con las motas jaspeadas del suelo. Fue Ricky el primero en sacar la pija, meneársela y correrse encima de ese cuerpazo moreno, entre sus ingles, sus pelotas y un chorrete avanzado sobre el estómago. Adrian se la peló a toda hostia y cuando le vino el gustillo frenó en seco, arrimó el pollón a su ombligo y se dejó la blanquísima y espesa leche encima. No les cabía duda de que iban a ser los dos tios más felices que acudirían a esa boda, más incluso que los novios, que todavía no habían follado.