Tiene un torso espectacular, mucho más curtido que el resto de los chavales de su edad, con unos fuertes pectorales y unos grandes biceps que hacen que en verano, cuando se quita la camiseta, ellas caigan rendidas a sus pies y ellos también, hasta los heteros sienten envidia sana de ese cuerpazo. La cara de Conor aún refleja signos del fin de su adolescencia, pero su cuerpo está ya en la edad adulta.
Le excita mucho el contacto físico. No se le caen los anillos por reconocer que se le pone dura en las duchas o cuando un compañero de equipo le pega una palmada en el culete. No ha crecido en un ambiente donde le hayan enseñado a cohibir sus sentimientos cuándo uno tiene un tio buenorro delante y cuando ve un buen culazo, se pone como un toro.
Las bermuditas azules con motivos florales que lleva puestas no tienen ni bragueta. No para de magreársela por encima y ya se dibuja un buen bulto hacia la izquierda. Tira de la goma hacia abajo y se marca una sacada de rabo de alucine. Aparte de su torso, su polla es otra de las partes de su cuerpo que más le gusta. Es gorda, de la longitud adecuada como para demoninarlo pollón sin ser excesivamente larga. Su color blanquito como el del resto de su cuerpo y lo ligeramente curvada que está hacia la izquierda, como resultado de que se pasa medio día o más trempando y escondiendo la empalmada, le chifla.
Conoce amigos a los que les da gustillo eso de meneársela a tres dedos, con el pulgar en la parte superior del rabo y dos dedos por debajo, pero él es más de gozarla al completo, a mano llena y mucha puñeta. Le encanta hacer un hueco ajustado con una mano, colocar la otra encima y pretender que se folla un culito la mar de apretado.
No pocas son las veces que piensa en donar su culo para una buena causa, sobre todo a algún machote al que ya ha echado el ojo en el gym. Pensando en ellos, se pone a cuatro patas encima de la cama, echa hacia atrás el culete abriendo las nalgas y se la pajea imaginando que llega uno por detrás y se la clava con ganas.
Lleva un buen rato pelándosela, tiene los huevos llenos y cuando se corre se queda ciego de gusto. Una, dos, tres impresionantes coreografías de leche danzando en el viento delante de su cara, soltando perdigonazos de izquierda a derecha, de derecha a izquierda. Y cuando parece que ha parado, suelta un cuarto chorrazo que alcanza una altura mayor. Con tanta leche podría alimentar varias cabezas.