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Franklin Acevedo enchufa su gigantesca polla a pelo por el ojete del culito de Bruno Cano y le mete un facial cargado de leche condensada | Fucker Mate

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Siendo electricista, Franklin Acevedo debería haber estado acostumbrado a todos tipo de situaciones, sobre todo a esas en las que alguien salía a recibirles casi completamente desnudo con la clara intención de follarse al hombre de uniforme, una fantasía común y perfectamente entendible, pero con lo que nunca se aguantaba las ganas era al ver a un muchachote insinuarse delante de él, ofreciéndoselo todo.

Al menos es lo que entendió al ver a Bruno Cano semidesnudo frente al espejo. Lo cierto es que el chaval se estaba poniendo guapete para salir de fiesta y estaba esperando a que el electricista acabara su trabajo, pero Frank lo interpretó como una señal de ligoteo, así que, mientras empalmaba algunos cables, otra cosa mucho más robusta y grande se le estaba empalmando por debajo de los pantalones.

La tenía tan grande que, al darse la vuelta, Bruno, que estaba observando por el reflejo del espejo del baño, no pudo evitar fijarse en el paquetón que se le había formado ahí abajo. Se acercó, pidió permiso para tocarla, impresionado por el enorme tamaño, con la boca abierta y luego volvió a pedir permiso para verla. Tiró de la goma de los gayumbos del colega y le sacó todo ese gigantesco y gordísimo pollón que estaba ya completamente duro.

Si en su pensamiento de la fiesta de esa noche estaba liarse con algún tio en los baños y hacerle una mamada, la fiesta acababa de comenzar antes de tiempo. El instinto le llevó a ponerse de rodillas y chupar. No le gustaba hincar el diente a una polla, pero esa, por el grosor que tenía, no le daba otra opción. Ningún tio le había hecho abrir la boca antes de esa forma.

Estaba dulce y el cipote era grande, suave y delicioso, lo que hizo que entrara una buena porción de rabo por su boca en la primera calada. Ese chorvo tenía un buen pollón, pero Bruno también tenía una buena boquita para chupar rabos. Le bajó un poco más los gayumbos para descubrir sus pelotas. Ese tio lo tenía todo gigante entre las piernas. En conjunto, la pija y las bolas formaban un espectáculo digno de admirar ante sus ojos.

No podía pretender que un cipote tan hermoso le entrara por la garganta, así que se conformó con hacer tope arrastrando ñlos labios hacia la mitad de la polla, allá por donde una vena se le hinchaba y recorría la mitad de su pene por un lateral de camino a la base de operaciones donde se estaba caldeando una buena sopa de fideos de semen en su salsa.

Pasó una manita entre sus piernas, le asió las dos pelotas a mano llena y cabeceó chupándole todo el miembro. El rabo había alcanzado la plenitud de su tamaño. Era grandísimo y estaba completamente erecto delante de su cara. Lo sacó de su boca, oliendo a saliva. Frank puso un pulgar en la parte superior y empujó hacia abajo haciéndolo cilimbrear, golpeando los morritos del muchacho, que parecía encantado de recibir un palizón de ese pedazo de pene.

Y después le preguntaban por qué le gustana almorzar pollas. Pues por cosas como esas, por rabos del tamaño del de un semental, que ya sólo con el cipote conseguían endulzarte y rellenarte la boca. Descubrió lo mucho que le excitaba al electricista que se le quedara mirando desde abajo, poniendo ojitos mientras sacaba la lengua y sostenía su pirulón en ella pegándole una buena relamida a la raja del cipote, recogiendo su precum.

No le dijo que se pusiera cómodo. Ya lo hizo por él. Le ayudó a quitarse los pantalones y las botas y, mientras lo hacía, se algró la vista viendo cómo ese gañán retorcía la polla entre sus manos haciéndose una buena paja. Sabía que deseaba metérsela por el culo, pero antes le iba a regalar algo mejor. Bruno se tumbó en el sofá, con la cabeza al borde echada hacia atrás e invitó a Frank a follarle la boca.

El electricista se levantó, se ayudó con el pulgar para inclinar la polla tiesa hacia abajo y se la empezó a penetrar dejándole sin aliento. Ese cabrón la chupaba de vicio. Parecía un masturbador en potencia que no dejaba de mamar y a Frank se le estaba empezando a nublar la vista al ver la nuez de su garganta fluir hacia arriba y hacia abajo con la polla dentro de su boca.

Al sacarla, sintió el aliento fresco de Bruno sobre la base de su polla. Miró hacia abajo y vio con qué placer y obsesión admiraba con los ojos bizcos su gigantesco pollón sobre su cara, las enormes pelotas colgando y rozándole la frente. Se la rebozó por encima y el chaval no se quedó quieto sintiendo esa enorme verga recorriendo su cara bonita, sino que sacó la lengua y rechupeteó con ella cada centímetro de rabo y de la bolsa de sus huevos.

Bruno confiaba en su culo, pero no sabía si estaría igual de preparado que su boca hasta que la tuviera dentro. Frank se sentó en el sofá y él acudió a sentarse encima de sus piernas. Hizo una sentadilla, agarró la polla conduciéndola hacia su agujero de entrada completamente a pelo y al sentir ese cipote desgarra ojetes penetrándole, le invadió una sensación de dolor y placer inmensos que le hicieron gemir en alto.

No es que le quedara justa en el esfínter, es que se lo estaba desgarrando, dilatando más de la cuenta. A pesar de eso, saltó y le pajeó la polla con el culete. Frank ayudó enculando desde abajo. Ese cabrón le iba a dejar un buen agujero en el ano, uno que le impediría sentarse durante varios días, pero tenerlo dentro, taponándole el agujero, merecía la pena y mucho.

Definitivamente, su culo era más tragón que su boca. A cada salto se zampaba más trozo de rabo, se acostumbraba al tamaó de ese gigantesco pollón y comenzaba a sentir ya en la raja el roce de la rugosidad de la bolsa de sus pelotas. Después de conseguir tragársela entera, vino la banda sonora de su vida, la de un buen macho estampando sus muslos y sus caderas en su bonito culazo una y otra vez.

Ninguna otra melodía endulzaba tanto sus oídos. Se puso de pie, inclinándose hacia el sofá, deseando que el electricista le diera por culo. Antes de eso, se quedó mirando su cuerpo, un torso delgado y largo, las piernas incluso más delgaditas. Ni en un millón de años, ni en sueños, Bruno habría podido imaginar que un tio así tan delgado pudiera tener una polla tan gorda, dado que aquellos con los que se cruzaba en la sauna solían tenerla como un cacahuete escondido entre la pelambrera de su zona íntima.

Ese tio no, ese tenía un roble bien duro, una secuoya bien larga. No había bosque que le hiciera sombra. Quería que se la calzara dentro del culo sin condón, que se la echufara por detrás como un perro rabioso y le hiciera hombre. Todavía dolía, pero menos y lo que más le gustaba era esa sensación de tener bien relleno el culo.

Con la polla dentro, Frank le condujo hacia la mitad del sofá, obligándolo a ponerse de rodillas. Frank subió los pies al sofá, calzó el culete entre sus muslos y tiró millas follándoselo a base de bien, empotrándolo con fuerza, cascándole todos los huevos en la raja, metiendo su gigantesca barrena por el interior de su ano. Aprovechó esa postura para amarlo, para susurrarle guarradas al oído, para lamerle la carita.

Le puso bocarriba besándole y follándoselo para acabar la faena. Bruno se dejó la leche encima y Frank se puso de pie meneándosela encima de la cara del zagal, que tenía la cabeza apoyada en el reposabrazos. Bruno vio cómo la polla se volvía descomunal y se hinchaba y se ponía roja a cada pajotazo que se metía. De repente Frank frenó, la inclinó hacia su cara y de su cipotón empezó a salir una buena cantidad de leche condensada.

El primer lefazo salió disparado hacia su cuello y los siguientes brotes salían grumosos y espesos cayendo sobre sus morros, bañándoselos de blanco, goterones de leche que se quedaban pegados a su rostro, entre sus labios. Bruno los separó y un abundante pegote de lefa le inundó la boca. Miró al electricista y le sonrió. Frank también sonreía y paseaba su rabo por encima de esa carita llena de leche, a sabiendas de que había hecho un buen trabajo. Pues un buen electricista debía saber empalmar y marcharse sin dejar la casa limpia.

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