Había algo que Gustavo Cruz hacía siempre antes de echar la primera meada de la mañana, algo que hacía antes de ir a la cocina y prepararse un café y unas tostadas. Cada mañana, Manuel Reyes entraba por la puerta de su habitación a escondidas, le lanzaba una de sus contagiosas sonrisas y, sin hacer ruido, cerraba la puerta a su espalda y se acercaba a la cama poniéndose a cuatro patas, esperando que Gus se quitara los calzones y le diera de comer de su largo, gordo y gigantesco rabo.
Le encantaba dárselo entero, tenerlo tan grande para que pudiera llenarse la mano con él, para que pudiera llenarse la boca entera de puro placer. Mientras se la chupaba, Gustavo le agarraba de los pelos de la cabeza ayudando a que esa cabeza subiera y bajara tragándose su polla, sentía el calor de su aliento arropándosela y alargaba una mano por su espalda, metiéndola por le interior de los calzones y sobando ese pedazo de culo que se gastaba el muy mamón, duro, redondo y blanquito, como a él le gustaban.
Manuel sabía muy bien lo que le gustaba en un tio, pero también era consciente de lo que a otros tios les gustaba de él y, además de su carita guapa, sobre la que la mayoría prefería correrse para ver sus mecos decorando su barbita y mirar sus ojazos, su pandero era una de esas cosas que a todos los hombres les volvía locos.
Se puso de rodillas y se quitó los calzones para quedarse los dos desnuditos sobre la cama. Manuel también enfundaba una buena picha que se acercaba a la zona de los veinte, no tan gorda como la de Gus, pero sin duda un buen molde para perder la cabeza. Se inclinó y volvió a mamar rabo, dejando que Gustavo le palmeara el culazo desnudo e introdujera algún dedo juguetón por su ardiente raja.
Él no se amedrentaba ante una polla tan gorda, dura y grande. Sabía cómo manejarla y disfrutarala para sacar de ella todo el jugo. Le gustaba mirarla de cerca, asombrarse con su enorme tamaño, agarrarla por la base como si estuviera empuñando la espada sagrada del reino de las pollas, zarandearla y golpearse la lengua y los morros autoflagelándose a rabazos, metérsela dentro de la boca y llenársela por completo, comiendo hasta que no podía tragar más, consciente de que nunca podría meterse por la garganta todo ese pedazo de minga.
Si sólo hubiera sido el rabo o ese cipote grande y deslumbrante, pero no, encima Gus tenía que ser todo un chulazo, un tiarrón cachas y tan atractivo que cualquiera de sus besos le hacía derretirse y conseguía que el agujero de su culito se expandiera, deseando que ese macho le inundara con su verga por dentro. Arrodillarse frente a la cama, meterse entre sus piernas y comerle la polla mirando hacia arriba, encontrándose con ese cuerpazo y su cara, eran el mejor desayuno que cualquiera podría ofrecer y tener.
Le gustaba tanto él y esa enorme polla que cuando estaba completamente dura se torcía ligeramente hacia abajo, perfecta para hacer un poder. Entonces Manuel se hacía daño con mucho gusto, intentando tragar más allá de sus posibilidades. La cara roja, el aliento que se le escapaba, las venas de la frente y el cuello hinchadas, los ojos llororos. Pero el esfuerzo merecía la pena al sacarla de su boca y ver cómo ese pirulón quedaba inundado con todas sus babas encima, erecto, potente y gigantesco como un monumento al poder masculino.
Si algunos rezan al acostarse, Manuel rezaba al despertar, pero no de la forma a la que acostumbra un creyente, pues él creía en el poder de un buen rabo, por eso terminaba atrapando la enorme picha entre sus manos, religiosamente, masturbándola y despellejándola, sabiendo que tarde o temprano llegaría su absolución o su castigo, o ambas cosas a la vez.
Por qué Manuel tenía que ser tan jodidamente guapo, pensó Gustavo, por qué tenía que controlarse las ganas de escupir su semen sobre esa carita cuando le tenía de rodillas comiendo de su rabo, con ese bigotito encima de su pene, rozándole con los pelitos cuando el pollón se introducía por el interior de su boca. Y esos ojazos que le miraban de vez en cuando desde abaja y que cuando chocaban con los suyos saltaban chispas de locura contenida.
Por qué tenía que estar tan buenorro de pies a cabeza, por qué al verle a cuatro patas sobre la cama, con su culito preparado, le entraban unas tremendas ganas de joderle por detrás y penetrarle hasta lo más profundo de su ser, hasta meterse dentro de sus pensamientos. Poco tuvo que trabajarse el agujero de ese culito precioso. LO tenía bien abierto, lo justo como para presentarle el cipote y que todo sucediera de forma natural.
Que su culo tragara lo que su boca no había podido. Gustavo tenía arte follando, unos caderazos con los que daba la potencia necesaria a su polla para colarla hasta donde quería. Al principio pensó que su pene erecto era demasiado grande para el chaval, cuando apenas le metió el primer tercio de nabo y le escuchó sufrir gimiendo y retorciéndose encima de la cama, pero si tantas ganas tenía de rabo, estaba aseguro de que Manuel aguantaría esa prueba y acabaría disfrutando a tope.
Y así fue, le dio su merecido castigo a pollazos y se contagió de sus gritos y gemidos descontrolados sin ceder ni un ápice en el ritmo al que se lo estaba follando a pelo. Le vio aplastar la cara contra las sábanas, las manos aferrándose a ellas como si intentara mantener el control. En cuanto vio su cabeza meciéndose de lado a lado, como diciéndo «menudo pedazo de polla«, Gustavo supo que Manuel ya estaba consiguiendo disfrutar del momento.
No dejó que se acostumbrara. Se tumbó sobre la cama y ofreció a Manuel montar su rabo y cabalgarlo un ratito, los dos juntos, frente a frente. A Gus le ponía cachondísimo tener una polla dura y unos huevazos calentando sus abdominales mientras culeaba un buen agujero desde abajo. Una forma perfecta de mantener cuerpo y mente entretenidos.
No dejó de mirar a Manuel a los ojos. Qué cara tan bonita. Sentía su aliento encima de él. Le apetecía tanto inundarle el agujero del culo con su semilla. Su polla estaba a punto de explotar, tan ajustada, tan atrapada entre las paredes de ese ano indulgente. Antes de que sucediera lo inevitable, antes de que ese culazo tragón le desvirgara la picha y acabara descagando su rabia por dentro, le cogió de los muslos y le impulsó hacia arriba para que se empalara bien en su verga.
Complicó las cosas más de lo que ya estaban, porque Manuel acabó cayendo encima de su cuerpo, rendido ante su espléndida follada. Ahora estaban con las caras pegadas, nariz con nariz, casi besándose, sintiéndose más cerca que nunca uno del otro. Gus supo que aquellos iban a ser sus últimos pollazos. Invitó a Manuel a saltar sobre su rabo dándole la espalda, se lo folló en volandas y luego lo tumbó sobre la cama, penetrándole a saco sin dar respiro a su ojete, hasta que no pudo aguantar más.
Manuel se cascó una paja y se dejó la leche encima. Gustavo sacó la polla y avanzó unos pasos quedándose de pie con la cara de Manuel enfrente de sus piernas, pajeándosela. En cuanto sintió que la leche recorría ya el sendero entre sus pelotas y su pene, se le doblaron las rodillas del gusto y empezó a soltar su lluvia de esperma sobre esa guapísima cara.
Dos buenos reflujos potentes de lefa salieron diaparados a chorro hacia el interior de la boca de Manuel y el resto de lefazos le dejaron toda la cara llena de pegotes blancos. El pelo, la frente, la nariz, la barba, el cuello, la boca toda inundada de leche. La cara completamente sucia. Asió el rabo de Gus con la zurda, lo inclinó hacia su boca y se zampó su glorioso capullo. Durante un buen rato, hasta dejarle limpio, Gus fue recogiendo con el pulgar la leche sobre su carita, conduciendola hacia su boca. La nuez de la garganta de Manuel subía y bajaba, digiriendo el mejor desayuno que podía darle nadie.