Abrió los ojos. Serían como las nueve de la mañana del primer día del nuevo año. El salón estaba patas arriba. Confeti por el suelo, botellas semi vacías por doquier y un colega suyo recostado de mala manera en el sofá. Pax Perry se desperezó y descubrió que llevaba la bata abierta, los calzones bajados por la parte delantera y la polla por fuera. Imaginó que después de descubrir a esos tres maromos follando en el despacho, la fiesta desfasó y todos terminaron dándose rabo. LLamaron a la puerta.
Servicio de limpieza. Joey Mills, aun siendo tan jovencito, había limpiado tantas casas que ya estaba acostumbrado a todo, incluso a que salieran a recibirle como Pax, con el rabo ahí bien tieso, como si no le importara que le vieran desnudo y empalmado. Le alegró la vista, todo sea dicho, pero tenían la casa hecha una porquería y aquello les iba a llevar un buen rato. Pax les dejó hacer y se fue a la habitación a domir la mona.
Una de las cosas que más le llamba la atención a Joey de limpiar casas era descubrir los secretos de sus habitantes y la casa de Pax guardaba uno muy curioso. Se trataba de una habitación pequeña, con seis sofales de a dos por pareja, formando un cuadrado alrededor de un aparato que había colocado en el centro. Era como un motor que movía una palanca de cambio accionada por un mando parecido al de la play, solo que no era una palanca, sino un dildo bien gordo.
Aficionado como era a los videojuegos, Joey cogió el mando. Estaba un poco pegajoso. Se mordió el labio inferior y se le puso morcillona pensando en esa habitación con siete tios allí metidos, todos desnudos y calientes, seis pajeándose en los sofales a costa del que estaba en el centro metiéndose esa manguera negra por el culo y uno de ellos accionando el mecanismo, sintiéndose responsable por el placer que sentía el pasivazo con cada movimiento suyo del joystick. Luego las corridas, el mando bañado en lefa que después limpiarían al tuntún con papel higiénico. Sí, estaba bien pegajoso. Joey se llevó los dedos a la nariz y pudo olerlo, olor a macho.
Jovencito pero no tonto. Sabía más de sexo que el resto de los de su clase, de hecho los chicos de curso avanzado se lo rifaban en los baños. Se desnudó imaginando esa fantasía y se insertó el mango por el ojete. Dildo arriba, dildo abajo, a un lado y a otro, joder, tocándole todos los puntos de placer imaginables dentro de su ano. Gimió sin poder contenerse, como nunca antes, mucho más que cuando a solas en su habitación se metía los dedos por el agujero.
Pax, todavía empalmado, escuchó los gritos al otro lado de la pared. Sin que el chaval se diera cuenta, se sentó en el sofá que había a su espalda y se empezó a pajear, observando cómo el dildo gordo y negro atravesaba el ano de Joey una y otra vez insertándose bien dentro de su delgadito y bonito cuerpo. No aguantó más y se descubrió a sí mismo. Pasó al sofá de enfrente, se soltó la polla y se abrió ligeramente de piernas dejando que sus cojones cayeran entre ellas bien cómodos.
Parte de la fantasía cumplida, no había seis tios, pero sí uno atractivo, rubio y muy bien dotado. Joey le chupó bien la polla, esa que había servido como presentación para ambos nada más abrirle la puerta. Se la jaló hasta plantarle todos los morros en los huevacos, toda dentro. Pax se levantó y se puso detrás de él. Joey avanzó unos pasitos y se puso de rodillas sobre el asiento del sofá mirando hacia le respaldo. Entregó a ese desconocido su culito blanco, suave y redondito.
El tio estaba cachas y pegaba bien fuerte por detrás, se notaba que tenía madera de empotrador. Por si no se la habían mamado lo suficiente en nochevieja, ahí estaba Joey, para proporcionarle el agujero que necesitaba para dormir a gusto.
Entonces Joey fantaseó con algo más. Él sentado en uno de esos sofales, pajeándose, dando pinreles a un buen macho que tuviera cojones a montarse en el toro mecánico del placer. Pax lo hizo por él, se insertó el mango por el culo y Joey jugó con él obligándole a lamerle los pezuños, siendo su amo por un momento, repasando con sus pies cada músculo de ese cuerpazo que se estremecía con el dildo dentro del culo.
Terminó con los pies acariciando su polla caliente. Con lo que no contaba era con que Pax iba aponerse a cuatro patas entregándose por completo. Joey estaba detrás de él, con el rabo en la mano, sin saber muy bien por dónde empezar a metérsela a ese machote corpulento y fuerte, pues era él el que siempre acababa en esa postura consoolando a los hombres.
Se la metió sin condón por el culo y todo lo demás vino rodado, pues el manual de instrucciones para follar venía incluído de serie en su naturaleza masculina. Un regalazo para la vista. Un chaval delgadito como él, con el cuerpecito blanco como la nieve, tan vulnerable, fostiándose el culazo de un tio musculado, bronceado y potente. En la antítesis residía el gusto.
Le tumbó en otro sofá, espatarrado bocarriba, le abrió de piernas y se metió entre ellas dándole mucho amor. Por suerte Joey tenía una buena minga bien gorda y larga para dar placer a los tios. Pax se tumbó en el suelo y enderezó su picha. Ahora le tocaba a Joey cumplir y saltar encima de esa verga. Se pajeó mientras lo hacía, hundiendo ese pedazo de carne dentro de su tierno agujerito.
Un gemido prolongado, la leche fluyendo de sus pelotas hacia su polla, se soltó el rabo y sin manos empezó a desperdigar su semen. El enorme pollón zarandeándose arriba y abajo, soltando chorros de esperma, dibujando cabriolas en el viento, mojando los muslos de Pax y la alfombra. Se puso de rodillas para recibir su dósis. Ese tio musculazos se puso de pie frente a él, masturbándose la figa encima de su cara y se corrió en sus morritos, dejándoselos llenos de nata. Sí, Joey adoraba su trabajo por cosas como esta.