Después de llegar de correr a última hora de la noche, a Romeo Davis se le puso bien tocha al pasar por la puerta de su compañero de habitación y ver a Freddy Salvador en pelotas, con esos calzones tan sexy mostrando todo su bonito trasero. Para ir a correr, Romeo prefería no llevar puestos los gayumbos. Decía que así sentía más libertad, pero de lo que no se daba cuenta era de que despertaba la curiosidad de los viandantes a los que les daba por mirarle le paquete. Mientras él hacía deporte, el rabo no paraba de golpear el frontal de los pantalones dejando claro que era un hombre muy bien dotado.
Lo que tampoco sabía Romeo era que Freddy lo había hecho a posta, poniéndose en esa postura irresistible nada más escuchar la llave en la cerradura. Se giró y lo primero que hizo fue fijarse en la entrepierna del deportista. Que no llevara calzones hacía que uno adivinara si estaba contento de verle y a juzgar por la tienda de campaña que había ahí montada, Romeo se alegraba mucho de ver a Freddy.
Nunca se acostumbraría a aquello, a sacarle el rabo por encima de la goma, a sostenerlo en su mano bien largo, gordo y duro, una verga como la de un caballo. El gusto que daba pajear una de esas era asombroso, te despertaba todos los instintos más básicos. Freddy no sabía bien si entregarle ya su culo o comérsela con la boca. Optó por lo segundo, no sin antes gatear y dar vueltas por la cama pensando si hacer lo primero.
Menuda trompa. Apenas le cabía la mitad por la boca y ya se estaba atragantando. Romeo le puso una manita por debajo de la mandíbula, cerca de la garganta. Le gustaba notar en la palma de su mano cómo se le desplazaba la nuez a Freddy cada vez que le penetraba la garganta con esa pedazo de polla. Freddy dio en silencio las gracias al médico de familia de Romeo, al que fuera que le hubiera circuncidado si es que lo había hecho, por dejarle ese pellejo alrededor del cipote con el que juguetear mamando, colando la lengua por dentro y mordisqueando.
En qué momento Romeo se había desnudado. Freddy apenas se había dado cuenta, tan ensimismado en su rabo, pero en cuestión de segundos se encontró a Romeo tumbado en su cama, tan varonil, con esas piernas peludas y esa polla enorme hecha para satisfacer os deseos más íntimos. La misma hambre que Freddy tenía de rabo, la tenía Romeo de culo. Freddy no tardó en notar unos dedos hurgando en su agujero, dedos largos y fuertes como pollas que le hicieron gemir con el nabo de Romeo dentro de la boca.
A punto de estar preparado para entregar su culo, Freddy acabó la mamada a lo grande, jalándosela enterita, arrastrando el pellejo de ese enorme pene hacia la base con sus labios y tragando más polla de la que podía, provocando en Romeo unos gemidos antinaturales al sentir que su rabo se colaba por el lugar más estrecho imaginable.
Ahora sí Freddy se puso a cuatro patas para su hombre y aguantó la embestida con estoicidad, todo ese rabo largo, grande y caliente penetrándole el orificio de su ojete sin condón. El único lubricante que usó Romeo fue su propia saliva. Romeo le escuchó escupirse en la palma de la mano, sobarse la polla, darle unos pollazos encima de las nalgas y después para adentro toda bien suave. Veintiún centímetros de puro rabo desfilando por el interior de su ano sin despeinarse.
A Freddy se le ocurrió mirar hacia atrás y se enamoró de ese machote tan entregado a la causa, con ese torso fornido, esa cara de vicioso empedernido. Lo siguiente que Freddy tuvo en la boca fue la mano grande y cálida de Romeo. Le encantó sentir en ella el olor a rabo, porque era como esnifarse unos calzones en los vestuarios. A falta de una, le dominó con las dos manos, taponándole la boca acallando sus gemidos y arreándole fuerte por detrás, clavándole la polla hasta el fondo.
Por fin Romeo tuvo a Freddy en la postura que quería, bocabajo, como cuando se lo encontró al entrar por la puerta, con ese culito en pompa, preparado para ser atravesado por un buen miembro viril como el suyo. Metió la polla dentro con un gusto tremendo y protegió ese culazo entre sus muslos haciéndolo suyo, penetrándolo y hueveándole toda la raja cada vez que se la colaba hasta los topes.
Tras un buen rato follándoselo, Romeo se la sacó y vio cómo el ojete de Freddy palpitaba de amor. Se lo había dejado rojito y bien abierto. Se lo folló bocarriba dejando que el chaval se cascara un pajote encima y luego le dio la vuelta para correrse en su culete, ese que le había hecho colarse a hurtadillas en su habitación para calmar las ganas.
Con los huevos bien cargados, Romeo se pajeó encima del trasero de Freddy y le soltó un chorrazo de leche que salió desviado hacia la izquierda depositándose en una línea blanca que le dibujó la nalga, la cadera y el costado. Le siguió una ristra de charcos blancos cayendo sobre el cachete y la raja del culo, dejándole encima una dedicatoria perfecta. Romeo recogió toda la lefa con la mano y se la volvió a colocar a Freddy en la boca. Como un perrillo sediento, Freddy sacó la lengua y empezó a rechupetear el postre entre esos dedos. Se besaron con toda esa leche en los morros y cara a cara se escupieron el uno al otro la carga de semen entrando en un jueguecito demencial.